lunes, 4 de marzo de 2013

Capítulo III



Tras varios días de viaje, Dottan y Zayyn llegaron al oasis. Durante una semana habían subsistido a base de la verdura que había en la carreta, para así no malgastar sus propias provisiones. Y no había sido fácil. Dado la costumbre que Dottan tenía de comer dulces, siempre intentaba sacar alguno de la mochila, pero Zayyn se lo impedía con una mirada de reproche.

          - Controla tu hambre, Dottan-le decía la chica-. Tenemos que aprovechar cada oportunidad y malgastar lo menos posible.

Afortunadamente el dueño del vehículo siempre llevaba consigo una bolsa de comida, por lo que nunca miró lo que llevaba cargando detrás y nunca se había percatado de ellos, al esconderse entre las cajas y sacos. Ahora, por fin era de noche y podrían escapar sin  sospechas. Se quedarían junto a la orilla del agua, y así, al amanecer, el hombre del carro no sospecharía que esos supuestos viajeros habían estado todo el tiempo con él.

Los dos chicos se deslizaron sigilosamente en la noche, hasta llegar al oasis. Suspiraron, emocionados. Habían conseguido realizar exitosamente un tramo de su viaje. Miraron hacia delante, observando la oscura selva tropical que se extendía ante ellos.

          - La ultima zona antes de introducirnos en las tierras de demonios-dijo Dottan, contento.

          - Podremos transformarnos libremente, sin tener miedo a que nos arresten.

Continuaron mirando la masa de árboles durante un rato, en silencio. Zayyn fue la primera en dormirse. El muchacho, en cambio, contempló el bosque y las estrellas durante un rato más, hasta que el también cayó en las redes del dios del sueño. Sin embargo, pasadas unas horas soñando con demonios, ciudades y bosques, algo le despertó de golpe. Se levantó al instante al escuchar disparos y miró hacia atrás.

Un grupo de demonios corrían desde lo lejos hacia ellos. Sonrió, quizá supieran como atravesar la selva para llegar mas rápidamente a las tierras de demonios. Avanzó unos pasos y agitó los brazos tratando de llamar la atención.

          - Dottan, corre-oyó decir a Zayyn a su lado.

El timbre de su voz le hizo volverse hacia ella. La muchacha miraba fijamente a algo de delante, y Dottan se obligó a buscar que era lo que había alertado a su amiga. El hombre de la carreta yacía en el suelo, muerto, con un disparo en la frente y un charco de sangre alrededor.

          - ¡Corre! -gritó la chica, agarrando la bolsa de las provisiones, y salió corriendo hacia el bosque.

Dottan la siguió, aterrado. El grupo de demonios debió notar que huían, porque empezó a perseguirles. Los dos muchachos se acercaron a la selva sin dudarlo para internarse en ella. Preferían mil veces perderse antes de ser alcanzados por un grupo de demonios sedientos de sangre.

Una vez más, Zayyn iba tirando de su amigo, que iba más rezagado debido al cansancio. La chica gruñó, molesta. ¿Cómo podía ser tan vago en esos momentos? Si hiciera un esfuerzo, podría seguirla el ritmo… Sacudió la cabeza, confusa al sentir su respiración agitada. No, Dottan no era capaz de correr tanto como ella. Él no tenía tanta agilidad, ni un cuerpo tan estable. Continuó corriendo por los dos, tenía que salvarle, era su mejor amigo…

Se detuvo de repente, horrorizada, al toparse de golpe con un abismo a sus pies. Un enorme acantilado, en forma de cicatriz, separaba el desierto de la selva. Se dio cuenta entonces de que las leyendas eran algo más que habladurías.

Hacía bastantes años, mucho antes de que ella naciera, siete demonios se habían alzado contra siete ángeles. Cada uno lideraba a sus iguales, provocando una fatídica guerra en la que no quedó ningún bando con vida. Así, las tierras de Kea se habían quedado sin dos de sus tres razas primordiales, y ahora solo quedaban humanos. Por eso, los humanos ahora podían transformarse. Los espíritus de ambas razas extinguidas se habían introducido en cuerpos humanos, frágiles y nuevos: cuerpos de recién nacidos. Así había sido desde hacía décadas.

Y las leyendas decían que, antes de la guerra, los siete demonios habían provocado el caos a su paso, y aquel desierto era una muestra de que era cierto. La criatura responsable había hecho arder la mitad de la selva, transformándola en un lugar inhóspito y dejando la torcida marca que ahora separaba los árboles del desierto.

Zayyn miró para atrás, ignorando el grito de alarma de su compañero al ver el vacío a sus pies. Observó que los demonios aún no habían llegado, aunque seguían persiguiéndoles. Se mordió un labio, indecisa. A lo mejor solo querían secuestrarles… Se quitó esa idea de su mente. Por muy difícil que fuera, no iba a dejar que la atraparan. Tiró de Dottan y, cogiendo carrerilla, saltó al otro lado.

Dottan observó como su amiga tiraba de él y le obligaba a saltar. En esos mismos momentos no supo como reaccionar. Por una parte, gritaría del puro miedo y del maldito vértigo. Vale, sí, en su forma de demonio volaba. Pero ahora era un HUMANO, frágil, sin alas. Si Zayyn le hubiera dicho que se transformara hubiera sido más fácil. Sin provocarle ninguna angustia necesaria.

Sin quererlo, miró a sus pies, y soltó un potente grito al imaginar su cuerpo estampado y hecho puré en el suelo. En un momento de cordura se dijo que, si sobrevivía a eso, le iba a cantar las cuarenta a Zayyn. Vamos que si lo iba a hacer.

Cerró los ojos, tratando de olvidar que se encontraba sobre un vacío, y comenzó a murmurar rápidamente palabras inteligibles para distraerse. Inspiró hondo repetidas veces, y agarró con fuerza la mano de su amiga, sin atreverse a decirla nada. Abrió los ojos justo para ver cómo Zayyn se aferraba con una mano al borde del otro lado. La chica jadeó, y con sumo esfuerzo, tiró de su amigo para llevarlo a suelo seguro. Él trató de ayudarla y alzó una mano, pero no llegaba. La pelirroja gritó, frustrada, y movió el brazo, haciendo balancear a su amigo en el aire, algo que provocó que este soltara otro chillido. Con un último afán, la muchacha lo lanzó hacia arriba cuando Dottan comenzó a subir de nuevo. El joven la insultó en el aire, aterrado, pero consiguió llegar a tierra y soltar lágrimas de felicidad. Pero poco le duró la alegría.

          - Zayyn…

Ella trataba, en sus últimas fuerzas, subir con él. Dottan gateó para ayudarla, pero entonces un proyectil rocoso le acertó a la chica en la cabeza, haciéndola perder el conocimiento. Dotan contempló con un grito como su amiga de siempre, la única que lo había tratado bien a pesar de saber su naturaleza, caía al vacío.

          - ¡NOO!

Apretó los dientes y se dispuso a transformarse. Su piel se tornó marrón y escamosa, le creció un cuerno donde debería estar la nariz y dos antenas negras en la cabeza. Sus brazos y piernas presentaron una membrana hacia afuera, como si fuera una cresta; y le salió una cola espinosa del trasero. Además, de la espalda le surgieron dos alas, formadas por cuchillas metálicas sobrepuestas las unas en las otras. Y, lo que más llamaba la atención de su cuerpo, las enormes fauces que le salían del pecho. Casi parecía una mandíbula de hueso, como si pretendiera salir de ese cuerpo demoníaco.

Adkin, el demonio de Dottan, trató de tirarse al vacío para poder cogerla a tiempo, aunque algo le decía que ya era demasiado tarde. Sin embargo, sintió un leve roce en la espalda. Alzó la mirada y se topó con el grupo de demonios, cuyos integrantes le apuntaban con pistolas, espadas y lanzas. Clavó sus ojos negros como la noche en el más corpulento, que parecía ser el jefe.

          - Por favor-murmuró-. Mi amiga…

          - Tu amiga está muerta-dijo este-. Nadie podría sobrevivir a una caída como esa.

Adkin rugió, desesperado, ante la explosión de emociones que sintió su humano. No podía creerlo. Zayyn, su amiga de siempre, muerta. Era algo que nunca podría aceptar. Miró al suelo, abatido, mientras que poco a poco volvía a tener un cuerpo humano. No se molestó en dar una explicación cuando sus captores soltaron exclamaciones ahogadas del asombro. Tras haberse transformado, Dottan siempre presentaba una apariencia más ligera y delgada, aunque luego al comer volvía a ganar masa y a recuperar su ligero sobrepeso, comiera lo que comiese.

Lo cogieron de los brazos y él se levantó sin oponer resistencia. Sus ojos parecían vacíos y sin brillo, como si Zayyn se hubiera llevado aquella alegría que siempre caracterizaba al muchacho. Tiraron de él, llevándole a alguna parte. Parpadeó. ¿Por qué aún no lo habían matado? ¿Qué querían de él? ¿A dónde lo llevaban? Suspiró. En realidad tampoco importaba tanto. Su única razón de vivir se había desvanecido sin que él hubiese podido hacer nada… Si tan solo no hubieran salido de Arnet… Si tan solo él no se hubiera transformado…

Durante todo el recorrido, Dottan caminó sumido en sus tristes pensamientos. Por eso no se percató de que habían llegado a la cueva hasta que lo soltaron y lo empujaron contra el suelo.

          - Un intruso, capitana.

Dottan alzó la mirada al ver unos pies justo en frente de sus ojos. Se topó con una figura femenina, ataviada principalmente con una gabardina de corsario. Se sorprendió al comprobar que quizá no era más mayor que él. Tenía un cabello de un rubio oscuro y unos ojos claros.

          - ¿Tu eres la jefa?-inquirió el muchacho, mirándola con esperanzas renovadas.

Ella retrocedió, y apenas lo miró cuando dijo:

          - Matadlo.

Dottan escuchó con un estremecimiento los sonidos de los alfanjes al ser desenfundados.

          - ¡No! ¡Espera!

Gateó desesperado, y se agarró a sus ropas. Ella hizo una mueca, molesta.

          - ¿Qué espere a qué? ¿A que llames a tus amiguitos los ángeles, gusano traidor?

El chico parpadeó, sorprendido, e intentó zafarse de las garras que le empezaban a amarrar. Vio que uno de ellos le colocaba el arma en la garganta. Apretó fuertemente los dientes, furioso de que todos le quisieran matar sin motivo. Cerró los ojos con fuerza y sintió como las lágrimas le quemaban las mejillas.

          - ¡¡No tengo nada que ver con esos malditos emplumados!!-chilló.

Sollozó, aterrado y esperando su muerte, con el corazón encogido. Al menos así podría reunirse con su amiga y estaría de nuevo junto a ella. Esperó, pero, por alguna razón, la muerte no llegó. Se atrevió a abrir uno de los ojos, encontrándose cara a cara con la capitana que, con un gesto, había ordenado detenerse a sus hombres. Ellos soltaron al muchacho.

          - Entonces, ¿qué era lo que hacías en tierras de ángeles?

Dottan se alejó de los demonios, nervioso, y comenzó a narrarle a la chica, con pelos y señales, su historia, desde la vez en la que se transformó para comer, hasta la actualidad. La capitana lo escuchó con atención, sin interrumpirle, y sintió algo de compasión cuando llegó a la parte en a que su compañera caía por el abismo.

          - …Y entonces ellos me trajeron aquí…

La capitana lo miró, callada y sumida en sus pensamientos. Finalmente, tras unos largos minutos, suspiró.

          - Siento el mal rato que te hemos hecho pasar… y lo de tu amiga.

Él la miró, suplicante.

          - Por favor, por favor. Dejadme ir a buscarla. Z es fuerte, no se dejaría matar por una simple caída.

La líder de los piratas cerró los ojos y asintió, lentamente. A pesar de ser pirata, la muchacha no carecía de compasión. Además, se lo debía, era lo menos que podía hacer. Aunque sabía que era inútil.

          - Mi nombre es Karen-se presentó.

El muchacho esbozó una tímida sonrisa de agradecimiento.

          - Yo soy Dottan.

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Imma observaba como su oponente miraba el tablero con gotas de sudor por el rostro. Le estaba empezando a arrinconar, no sabía como mover su siguiente ficha, porque sabía que le tenían en el punto de mira. E Imma también. El humano apoyó el codo en el posabrazos del asiento y seguidamente se sujetó la cabeza con la mano, contemplando con una leve sonrisa como la mano de su adversario temblaba y se desplazaba por las distintas piezas, pensando en que movimiento realizar a continuación.

El rey blanco se encontraba completamente desprotegido, a excepción de la dama y de uno de los alfiles, que aguardaban junto a su líder, esperando salir en su defensa. Delante del alfil, en la casilla F2, había un intruso, un simple peón oscuro que parecía haberse metido en la boca del lobo. Sin embargo, Imma sabía que sería una jugada importante. Todo dependería de la elección del Ministro. Este movió el bigote rizado un poco, pensativo, y finalmente optó por mover al rey una casilla más adelante. Hecho su movimiento, se recostó contra el asiento y miró a Imma. El joven ángel se apartó los mechones castaños que le tapaban la vista y movió al peón, comiendo al caballo blanco y transformando su ficha en un caballo negro, al encontrarse en el borde del territorio enemigo.

Wallet palideció levemente. Sin darse cuenta, le acababan de dar Jaque, solo con mover un simple peón y transformarlo. Frunció los labios y retrocedió nuevamente con el rey. Imma respondió ágilmente sacando la dama negra a modo de alfil. Nuevamente, Jaque.

Pasados unos minutos en los que se habían efectuado varios movimientos, Wallet estudió la situación. Rey y reina, negros, uno detrás de otro, eran amenazados por reina y alfil negros. Comprendió, demasiado tarde, que estaba acabado. Imma le había hecho la trapa Lasker. Jaque Mate.

El Ministro suspiró y se cruzó de brazos, molesto.

          - Eres odioso, Imma.

Él sonrió amablemente.

          - Mi señor, solo pretendo ayudarle a mejorar sus habilidades estratégicas.

          - Aun así-gruñó Wallet-. Todos sabemos lo bien que se te dan ese tipo de cosas.

          - Me halaga, Ministro-respondió Imma con una sonrisa.

Soltó una risa agradable, angelical, que hizo más ameno el silencio que le siguió. El ministro Wallet miró por la alta ventana, encontrada en uno de los pisos más altos de un enorme edificio blanco, en Dorelei, la gran ciudad celestial. Ante él, se levantaba toda una ciudad, cuatro veces más grande que Arnet. Todos los edificios eran blancos, y dada la ley anti demonios, no había ningún oscurecido por allí, al menos no a la vista. Las calles estaban abarrotadas de gente; cuanto más cerca de la torre blanca, más muchedumbre.

Escuchó como Imma recogía el tablero y las piezas, pero no le prestó atención. Desde que había conocido al joven, su pasión por el ajedrez había disminuido.

De repente, las puertas de la sala se abrieron de golpe, y por ellas entraron una enfermera y un sirviente.

          - ¡Mi señor! ¡Yuggo se ha desmayado!

Ambos hombres se levantaron al ver como otros dos sirvientes entraban llevando el cuerpo de una criatura blanca y peluda. La enfermera levantó unas cortinas que cubrían una enorme cama, y les indicó que dejaran ahí al herido. Imma se acercó a la cama y lo observó.

La criatura bien podía haber dado el pego de un animal, blanco como la luna, y peludo como un lobo. De la cabeza le surgían dos grandes orejas, albinas también, de cánido. En la cara presentaba un hocico no muy alargado, dándole más aspecto de humano, y por toda la piel mostraba tatuajes tribales de color rojo. Llevaba una camiseta larga y blanca, con un solo tirante y con los bajos rotos y deshilachados, pero esto no parecía que fuera por ninguna pelea, sino que la prenda era de esa forma. En las piernas, el extraño individuo vestía unos pantalones largos y anchos, del mismo color, y de detrás le salían dos colas; una de felino y otra de lobo.

          - Pero si está en forma demoníaca…-dijo Wallet.

          - Se transformó al desmayarse-explicó la enfermera-. Estaba en las cocinas,
desayunando, cuando de repente, sin previo aviso, se le pusieron los ojos en blanco y cayó al suelo. Luego se transformó.

          - Silencio-pidió Imma.

Todos enmudecieron al instante, a pesar de haber hablado bajo, y le miraron. Entonces se dieron cuenta de que era lo que le había llamado la atención al ángel.

          - Y… -Hax había separado sus labios y murmuraba algo.

          - ¿Y…?-preguntaron todos, intrigados.

Tras unos segundos que se hicieron eternos, la criatura pudo hablar al fin con claridad.

          - Ytse… ha… vuelto…

La atmósfera de la habitación bajo de golpe a los cero grados centígrados. Los allí presentes palidecieron de golpe al escuchar el nombre. A uno de los criados se le cayó al suelo un bote de medicina que traía en esos momentos, rompiendo el cristal y desparramando su contenido.

El ministro empezó a despedir un sudor frío por sus poros.

          - Eso… Eso es imposible-murmuró, soltando una risa nerviosa mientras que se secaba perlas de sudor de la cara con un pañuelo-. Ytse y los demás fueron sellados. No pueden escapar del limbo.

          - Es absurdo-coincidió Imma-. Es solo una alucinación de Hax. Todos sabemos el aprecio que le tenía al ángel caído, a pesar de que eran totalmente opuestos.

La enfermera los miró a ambos, aunque se quedó más tranquila al escuchar esa afirmación de los labios de Imma. Por todos era conocido como un ángel noble, sensato y equitativo, además de ser bastante apuesto. Sus cabellos  argos y castaños caían por su espalda, y sus ojos verdes brillaban como la esmeralda, haciendo que más de una se le quedara mirando con ensoñación.

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