En el camarote del capitán, el líder de la tripulación y su
mano derecha observaban un mapa, sentados en torno a una mesa de madera y sintiendo
el vaivén del barco.
- Deberíamos llegar aquí-el ayudante señaló un punto
costero en el plano-en unas pocas horas.
El capitán se mesó la barba, pensativo, y se quitó el
sombrero, mostrando los inicios de una calvicie prematura. Iba vestido con un
largo abrigo negro, sobre una ancha camisa blanca. Una espada curvada le
colgaba de un cinturón, amarrado a unos pantalones.
- Excelente trabajo-dijo finalmente-. Pero por
ahora no hemos atisbado tierra.
- Mi capitán, no os preocupéis. El oro llegará
sano y salvo a la capital…
Llamaron entonces a la puerta, y uno de los marineros entro
con una ancha sonrisa.
- ¡Mi capitán! ¡Hemos atisbado tierra!
Este se levantó al instante y de dos zancadas salió de su
camarote. Observó a toda la tripulación, que miraba embelesada a un punto
concreto a su espalda. Se volvió y, allí en el horizonte, pudo divisar una
mancha oscura y alargada. El capitán Sunter esbozó una media sonrisa.
- Por fin.
Se cruzó de brazos, satisfecho. Fue a darse la vuelta para
gritar órdenes, cuando el barco se balanceó repentinamente y un grito desgarró
el pacífico silencio.
- ¡Nos atacan! ¡Piratas!
Sunter desenfundó la espada tras recobrar la estabilización.
Se transformó en un angel de cuatro alas y soltó gritos a diestro y siniestro:
- ¡Desplegad las velas! ¡Armad los cañones! Vamos,
perros sarnosos ¡No tenemos todo el día!
Corrió hacia popa todo lo rápido que su pierna de palo le
permitía. En el camino, su ayudante le siguió el paso y le tendió el catalejo.
Él lo cogió y pegó su ojo a la mirilla. Vio otro barco, bastante cerca, de
velas negras, con una bandera oscura ondeando al viento, que mostraba el dibujo
de una calavera con cuernos. Luego desvió el aparato hacia la proa y entrecerró
los ojos.
- Herma…-susurró, guardando el catalejo-. ¡Acabad
con ese barco!
Mientras, en el barco pirata llamado El horror marítimo, una muchacha corría por las bodegas, llevando a
un niño en la espalda. Esquivaba ágilmente a todos sus compañeros, para no
estorbarles; debía de llegar a proa. Un pirata se le puso en medio para colocar
uno de los cañones, pero ella lo saltó y siguió su camino. Subió con algo de
torpeza las escaleras cuando el barco viró, pero consiguió mantenerse de pie.
Salió al exterior y miró a su alrededor. Si abajo ya había actividad, arriba,
en la cubierta, todo era un caos. Los tripulantes se movían de un lado a otro
con las espadas cortas preparadas. Karen, la muchacha, vio la silueta de la
capitana al fondo, observando la nave enemiga.
- ¡Madre!-gritó.
La joven se aproximó hacia ella, esquivando a los piratas.
Subió unas escaleras de nuevo y llegó junto a la mujer.
- ¡Madre, quiero pelear!
La capitana se volvió hacia ella. Tenía un corto cabello
rubio, y unos ojos azules como el hielo, aunque uno de ellos se encontraba
oculto tras un parche. Vestía una gabardina roja, con algunas partes bañadas en
oro. A Herma le gustaba el lujo, y por eso en el pasado se había hecho pirata.
Hija de un herrero y de una tabernera, su condición social nunca le habría
permitido conservar joyas ni disfrutar de ciertos privilegios.
- Karen, regresa a tu camarote.
- ¡Arko y yo podemos pelear!
Herma alzó una ceja, la única que se le veía, y miró al
muchacho que la chica llevaba encima. Estaba dormido, y tenía una expresión de
paz absoluta, con algunos mechones de un color azul celeste cayéndole por la
cara.
- Arko está dormido, y ya sabes que ni el rugido
de un cañón en su oído es capaz de despertarlo.
- ¡Pero es sonámbulo!-replicó Karen, en un
desesperado intento por convencerla.
- Y tu eres mi hija, y no voy a dejar que te
dañen…-miró entonces a un marinero robusto que pasaba cerca de ellas-. Noga,
lleva a mi hija a sus aposentos y ocúpate de que no salga de allí hasta que
terminemos el asalto.
- Si, mi señora-dijo el llamado Noga, y cogió a la
muchacha de un brazo con tenacidad.
Ella trato de desasirse. Se consideraba fuerte, pero Noga
era uno de los mejores hombres de su madre, y poco pudo hacer para no ser
encerrada en su camarote. Noga la metió allí y cerró la puerta con llave,
dejándola sola, sin ninguna otra compañía que los ronquidos de Arko. Karen
gritó, frustrada, y dejó al niño sobre la cama. Luego comenzó a darle patadas a
todo mueble que se encontrara de por medio.
- ¡No es justo! ¡Ya no soy una niña!
Jadeó, cansada, y se sentó en el suelo, frente a un espejo.
Se dijo a si misma que le gritaría a su madre cuando todo terminara, a ver si
así la dejaba pelear la próxima vez. Así podría demostrarle lo mucho que había
mejorado.
Comenzó a peinarse, mirando su reflejo. Aunque no era ella
exactamente. Halu, su demonio, la miraba desde el cristal, moviéndose de la
misma forma que ella, aunque con voluntad propia. Se trataba de una criatura
verde, con unas alas membranosas como únicas extremidades superiores. Sin
embargo, para contrarrestar eso, poseía unos largos colmillos, que le
sobresalían de la boca; unas afiladas y fuertes garras, y unos cuernos
tentaculosos que le crecían de las orejas. El demonio la miró, con una sonrisa
en sus labios, pero no dijo nada. Sabía de sobra que a Karen no le gustaba
hablar cuando estaba enfadada.
La muchacha desvió la mirada e hizo una mueca de dolor al
encontrarse con un enredón. Su pelo no era tan liso como el de su madre, aunque
tenían el mismo color rubio oscuro. Además, ella lo llevaba más largo que la
capitana, y las puntas presentaban un rizo hacia afuera. Miró de nuevo al
reflejo y chasqueó la lengua al contemplar sus ojos, de un color violeta que
casi se asemejaba al azul. Eran los ojos de su padre.
Karen nunca lo conoció, pero a juzgar por como hablaba su
madre de él, debía de haber sido un cretino. La capitana siempre se ponía roja
de ira cada vez que lo mencionaban en su presencia.
Frunció los labios y se tumbó en el frío suelo, sintiendo un
escalofrío, no en vano, lo único que llevaba de ropa eran unas gruesas vendas
en el pecho, unos pantalones rojos y cortos, unos brazales de tela negros y unas
botas de pirata. Aunque a veces también llevaba medias de rejilla.
Miró entonces a Arko y a su reflejo. El niño vestía una
túnica gris, no demasiado larga, para no entorpecerle el paso, ni tampoco
demasiado corta. Llevaba también una bufanda que hacía que su sueño fuera más
cómodo y placentero. La chica sonrió al verle respirar tan profundamente y se
fijo en el demonio de su amigo. No se parecía mucho a un demonio. Era más como
una criatura humanoide, sin escamas, con la piel lisa y azul y tatuajes rojos
por todo el cuerpo. Tenía unas peludas y puntiagudas orejas y una larga cola de
felino. De la espalda le salían dos pequeñas protuberancias, azules y
membranosas, para permitirle el vuelo.
De repente, un disparo la sacó de sus pensamientos. Luego un
grito le siguió, y posteriormente el entrechocar de las espadas. Karen se
levantó e intentó abrir la puerta, sin resultados óptimos. Soltó una cadena de
improperios y se volvió hacia Arko, que seguía soñando, con una sonrisa de
felicidad, ajeno a todo el ruido del exterior.
- Arko-susurró Karen en su oído-. Tenemos que
luchar, pero estamos atrapados. Solo tú puedes liberarnos.
El muchacho se movió un poco, y segundos después se
incorporó, aún con los ojos cerrados y la respiración pesada; estaba sonámbulo.
Se bajó de la cama y caminó hasta colocarse frente a la puerta. Posteriormente,
cogió carrerilla y arremetió contra la madera. Las bisagras aguantaron el
primer y el segundo placaje, pero al tercero estallaron y saltaron por los
aires. Karen sonrió y agarró a Arko del brazo. Ambos subieron a cubierta.
Decenas de ángeles y demonios luchando, eso es lo que se
encontraron. Algunos volaban, la mayoría; otros no veían necesario
transformarse y peleaban en los barcos. La joven buscó a su madre con la mirada.
La encontró peleando fieramente en el aire con un ángel de cuatro alas. Se
disponía a ir a ayudarla cuando se le cruzó un enemigo. Karen esquivó por los
pelos un sablazo y se transformó con rapidez en Halu, Sintió que Arko se
transformaba también, comenzando a despertarse. Alzó el vuelo y golpeó con una
pata al ángel, que salió despedido con fuerza hasta caer al agua.
- ¡Vamos, Danyee!-le gritó al demonio azul.
Este asintió, y ambos emprendieron el vuelo hacia arriba.
Les vinieron al encuentro unos cuantos enemigos más, pero Karen quería
demostrar a su madre lo que valía, y Halu le permitió controlar su cuerpo
demoníaco. La muchacha había nacido entre piratas, había crecido siendo pirata,
y peleaba como un pirata, a base de trampas y engaños. Muchos de sus compañeros
conocían su potencial, pero la capitana le impedía desarrollarlo en ocasiones.
Amor de madre, decía ella. <<Bueno, ya no tienes de que preocuparte,
madre-pensó Karen-. Se defenderme sola>>
Halu y Danyee se deshicieron con facilidad de los ángeles.
Solo eran una molestia en su camino, debían llegar junto con la capitana; ya
quedaba poco para ayudarla.
Karen observó a su madre utilizando los ojos de Halu. En
esos momentos, le estaba lanzando la cola al capital de los ángeles para
desestabilizarlo. Con una sonrisa, la capitana enrolló la extremidad en torno
al tobillo del lumínico y tiró de él. Este se desequilibró y quedó colgado
bocabajo.
- Ya es hora de que mueras, Sunter. Ese dinero nos
pertenece a nosotros.
El ángel gruñó algo, y, desde abajo, de una estoca, rebanó la
cola, arrancándole un rugido a Herma. El capitán angelical aleteó con fuerza
para alejarse del demonio un poco. La oscurecida se tambaleó en el aire por la
repentina corriente. Pareció que, por un instante, lo recuperaba, pero Sunter
ya estaba ahí con la espada preparada.
Karen lanzó un grito de terror al ver como la espada del
ángel atravesaba a su madre.
- ¡Mamá!
Su horrible chillido hizo volverse al ángel, dejando caer el
cadáver. El demonio verde se tiró en picado para alcanzar el cuerpo.
<<No puede ser. No puede ser. No puede ser -se
repetía-. Estoy soñando, estoy soñando>>
Sus ojos derramaron lágrimas que quedaron atrás por la
velocidad a la que iba. Consiguió llegar a tiempo para que el cuerpo de su
madre cayera sobre ella. Sorprendida, sintió como las manos, ya humanas, se
aferraban a su cuerpo. Comprendió que no estaba tan muerta y eso le dio
fuerzas. Aleteó para no perder el equilibrio y retornó hacia el barco. A su
espalda escuchó los gritos del ángel.
- ¡Alzad el vuelo! ¡Volvemos a Ciudad
Celestial!-alguien le debió de rechistar, porque añadió-. Que se queden con el
oro, nuestro barco se está hundiendo.
El demonio verde apretó los dientes, furiosa, pero aterrizo
en la cubierta, dejando a Herma en el suelo. Los piratas restantes llegaron
junto a ella.
- ¡Capitana!
Karen regresó a su forma humana y miró a su madre. Esta le
sonreía.
- Karen… siento haberte tratado así…
Le chica sacudió la cabeza.
- ¡Buscad al médico!-los tripulantes se miraron
entre ellos-. ¡Deprisa!
Uno de los piratas avanzó un paso.
- Karen, lo han matado.
Ella negó con la cabeza, tozuda, sin podérselo creer.
- No… no…-miró desesperada a su alrededor-.
¡Llevad el barco a tierra!
Sabía que era inútil, pero no lo aceptaba.
- Karen…-susurró la capitana con sus últimas
fuerzas-. …Sé que te has hecho mayor… Eres fuerte-sus ojos brillaron
maternalmente. No parecía tener miedo a irse-… Todos debemos irnos algún día. A
mí me ha llegado la hora… Prométeme…
- Madre…-pudo decir, pero Herma no se dejó interrumpir.
- Prométeme que vivirás, que serás feliz. No
permitas que mi muerte te atormente… A partir de ahora eres la capitana… tienes
que… imponer respeto…
Los ojos de Herma comenzaron a cerrarse, lentamente,
intentando retrasar un poco su inevitable destino.
Karen gimió y enterró el rostro en el cuerpo, ahora vacío,
de la capitana. Su espíritu se había ido para siempre, ya no quedaba nada más
que una carcasa vacía. La muchacha notó que una mano se posaba en su hombro y
supo que se trataba de Arko. El niño entornó los ojos anaranjados con tristeza.
La tripulación se congregó en torno a ellos y bajó la mirada, solemne.
Y así fue como un hermoso día se tornó gris y fatídico. Así
fue como Karen se volvió la capitana.
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Los demonios observaban como un grupo de ángeles se disponía
a cruzar el paso hacia la ciudadela. Se encontraban en lo alto de las montañas,
pero su desarrollada vista les permitía verlos. Uno de ellos se removía,
ansioso por bajar a pelear.
- Tranquilízate-le reprendió otro-. Debemos
esperar a que se encuentren por la mitad del paso, así no podrán huir.
Miró a su espalda. En total eran media docena, la mitad de
lo que eran los ángeles. Pero ellos contaban con el factor sorpresa, lo que les
daría la victoria. El líder del grupo miró de nuevo hacia abajo. Los lumínicos
ya estaban casi por la mitad. Hizo un gesto con la garra a los que tenía
detrás. Estos se colocaron sigilosamente en el borde, cargando con enormes
rocas. El líder esperó un poco antes de dar la señal.
Las rocas cayeron a
velocidad considerable sobre los emplumados. Estos se dieron cuenta del engaño,
pero era demasiado tarde.
- ¡Emboscada!-gritó uno antes de ser aplastado por
una de las enormes piedras.
Otro más cayó, haciéndose papilla contra el suelo. Y otro, y
otro, y otro... El paso era demasiado estrecho como para extender las alas y
volar, pero lo suficientemente ancho como para que sintieran el peso de las
rocas en su espalda. Cuando quedaban menos de la mitad, trataron de huir,
dirigiéndose rápidamente al final del camino. Los demonios bajaron por las
paredes, deslizándose suavemente gracias al agarre de sus afiladas
extremidades. Al llegar junto a ellos, los lumínicos desenfundaron las armas,
pero había poco espacio, y los oscurecidos acabaron con ellos en cuestión de
segundos. Solo quedo uno, que retrocedió aterrado hasta chocar de espaldas con
la pared. Los demonios avanzaron hacia él, con malévolas sonrisas en sus
rostros, pero el líder los detuvo.
- Esperad... -dijo, pensativo-. Llevémosle con la
Caída, que ella decida que hacemos con él.
Los demás lo miraron, pero asintieron, conformes, y tiraron
del ángel hasta la salida del paso rocoso. Una vez fuera, extendieron las alas.
Dos oscurecidos agarraron al lumínico de las plumas y alzaron el vuelo, tirando
de él. El ángel dio una mueca de dolor al sentir tocadas sus alas. Era una ley
entre emplumados, las alas eran una parte muy personal y no se debía tocar las
ajenas.
- Si te destransformas y huyes, te alcanzaremos-le
advirtieron los demonios.
Los demás volaron, colocándose a su misma altura, y los seis
retornaron hacia su base: una enorme plataforma abandonada que flotaba en el
aire, a bastantes metros de altura sobre la gran ciudadela.
El ángel pudo ver desde arriba la ciudad demoniaca. Se sorprendió
al ver que no era tan diferente de la ciudadela angelical. Parecía bien
organizada; no había lugar para el caos allí. Que ironía, pensó. Los demonios
eran criaturas dedicadas a la destrucción.
Al fin, dejaron detrás el vuelo y aterrizaron sobre la
plataforma; el ángel contempló el lugar. El pedazo de tierra bien podría
haberse considerado una mitad de la urbe que tenia debajo. No había ninguna construcción.
Ni una mansión, un castillo, una casa. Ni siquiera una chabola. No, lo único
que allí se encontraba era un elaborado trono de piedra negra, como si lo hubieran
tallado desde el mismo suelo. Frente al asiento, se disponían cuatro grupos de
demonios, formados por tres filas cada uno: Un pequeño ejercito.
Los recién llegados avanzaron por un camino, colocado entre
las dos legiones centrales. El ángel sintió las miradas de todas esas criaturas
puestas en el. Un movimiento en falso y seria hombre muerto. De repente, se pararon junto al trono, y los seis demonios
que lo acompañaban se arrodillaron. El emplumado los miró anonadado.
- ¿Y este?-inquirió una voz femenina.
El lumínico parpadeó sorprendido, y miró hacia delante, aun
sin agacharse. Entonces, se vio cara a cara con un rostro encapuchado y unos
brillantes y eléctricos ojos azules. No supo por que, pero le dio la sensación
de que esos ojos lo escrutaban por dentro. Y eso le dio miedo y fuerzas al
mismo tiempo. Su orgullo de ángel le impedía estremecerse ante tales criaturas. La encapuchada sonrió ampliamente, pero fue una sonrisa fría
y sin sentimientos. Luego se volvió y se sentó sobre el respaldo del trono.
Entonces, el ángel pudo observarla bien. Lo primero que le llamó la atención fueron las alas, largas,
negras... y emplumadas.
- ¿Un... un ángel...?
La miró con más atención, de arriba a abajo. Vestía una
chaqueta corta, de cuero blanco, encima de una camiseta negra. La capucha,
negra también, poseía brillantes runas rojas en el borde que brillaban de
manera siniestra. En las manos, el extraño ángel presentaba unos guantes
negros, con los dedos descubiertos. El lumínico observó también la indumentaria
que llevaba en las piernas: unos pantalones anchos remetidos en unas botas góticas,
del mismo color que la camiseta y la capucha.
Entonces, la mujer hizo un gesto con la cabeza, como si
alzara la barbilla.
- Hubo un tiempo en el que solía ser un ángel...
Luego caí, y ahora soy un demonio.
El lumínico abrió la boca, horrorizado. Un demonio le pegó
una patada desde detrás, obligándolo a arrodillarse.
- ¿Qué hacemos con él, mi señora?
El ángel caído enfocó sus magnéticos ojos durante un
instante en el líder del grupo de demonios. Tras un rato que pareció ser
eterno, habló, dirigiéndose al cautivo.
- Ve. Ve con tu gente y diles que Ytse ha regresado y que
planea vengarse. Y no se te ocurra olvidarte del mensaje, porque te haré
personalmente algo mucho peor que lo que van a hacerte ellos-añadió, señalando
al grupo de los seis demonios-. Cortadle las alas.
El ángel se levantó, con una expresión de horror y desesperación
en el rostro.
- ¡No!-gritó, pero sintió entonces las garras de
uno de los demonios en su hombro. Intentó zafarse, pero más garras aprisionaron
su cuerpo, y pronto sintió como se lo llevaban de allí en volandas. El ángel caído los observó marchar, con una mirada
pensativa. Cuando desaparecieron de su vista se dejó caer en el asiento y
contempló, aburrida, al ejército.
- Marchad. Vigilad que ningún otro ángel entre en
estas tierras. Necesito tiempo para reclutar más soldados.
Las legiones soltaron un grito de afirmación y alzaron el
vuelo. Ytse se cruzó de brazos, luego desvió la mirada a un lado.
- Kashra.
Un demonio salió entonces de detrás del trono. Iba con los
musculosos brazos y llenos de vendas y
correas cruzados sobre el pecho desnudo.
- Triste destino, el del ángel.
- Podría haber sido peor-respondió Ytse-. Las alas
le volverán a crecer si no se las arrancan de cuajo.
- ¿Puedo sentir compasión en tus palabras?
- Se lo importantes que son las alas para un ángel.
Son la fuente de su orgullo.
- Al parecer tú sabes mucho de eso, ¿no?-rio
Kashra.
Ytse se volvió hacia él, lanzándole una mirada asesina. El
demonio Kashra era alto, quizá de dos metros, y tenia un tono rojizo de piel.
Con el torso desnudo, mostraba cicatrices en múltiples sitios, aunque las que más
se veían eran las del cuello y las de los hombros. Sus ojos eran del mismo tono
que su piel, y su pelo, liso y negro. Le crecían dos largos y enredados cuernos
de las sienes, y, a diferencia de la mayoría de los demonios, carecía de alas.
A cambio de eso, le salían púas largas y afiladas por la espalda, siguiendo el
recorrido de la columna vertebral. Sus piernas se mantenían escondidas bajo
unos pantalones negros, con dos aberturas por detrás para dejar salir a las
escurridizas colas. Para finalizar su indumentaria, Kashra pisaba el suelo con
unas botas, muy parecidas a las que usaba Ytse. Además, cargaba con una enorme
espada a la espalda.
- No pienso discutir sobre eso-murmuro ella.
Kashra sonrió.
- ¿Has dado con el resto?
Ytse negó.
- No, y ellos son la clave para este plan.
- Imagino que las legiones no solo eran para
vigilar la entrada de ningún ángel.
- Hay un par de infiltrados dentro en cada una. Si
por un casual sospechan de alguien, me mandarán un mensaje.
- Siempre escondes otros propósitos bajo tus
acciones-comentó Kashra con una sonrisa.
- Que quieres que te diga, prefiero mantener ese
tema en secreto. El plan podría irse al traste si algo falla… Y ahora ve a
buscarme más soldados.
Kashra inclinó la cabeza e hizo una reverencia. Luego se
tiró de la plataforma. Ytse no se preocupó. Sabía que el demonio rojo no se
haría daño al caer, aunque la colisión hiciera estragos en el lugar.