martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo II

El cielo comenzó a tornarse de un tono rojizo al atardecer. El Rasgamares se encontraba parado en mitad del océano. Era una nave espléndida, una de las más rápidas del reino- De un color blanco como el marfil, que hacia juego con las velas, las cuales se encontraban plegadas. La tripulación descansaba, había sido un día duro, pero tras muchos esfuerzos habían recorrido una cantidad considerable de millas.



En el camarote del capitán, el líder de la tripulación y su mano derecha observaban un mapa, sentados en torno a una mesa de madera y sintiendo el vaivén del barco.

             -  Deberíamos llegar aquí-el ayudante señaló un punto costero en el plano-en unas pocas horas.

El capitán se mesó la barba, pensativo, y se quitó el sombrero, mostrando los inicios de una calvicie prematura. Iba vestido con un largo abrigo negro, sobre una ancha camisa blanca. Una espada curvada le colgaba de un cinturón, amarrado a unos pantalones.

            -  Excelente trabajo-dijo finalmente-. Pero por ahora no hemos atisbado tierra.

            -  Mi capitán, no os preocupéis. El oro llegará sano y salvo a la capital…

Llamaron entonces a la puerta, y uno de los marineros entro con una ancha sonrisa.

            -  ¡Mi capitán! ¡Hemos atisbado tierra!

Este se levantó al instante y de dos zancadas salió de su camarote. Observó a toda la tripulación, que miraba embelesada a un punto concreto a su espalda. Se volvió y, allí en el horizonte, pudo divisar una mancha oscura y alargada. El capitán Sunter esbozó una media sonrisa.

            -  Por fin.

Se cruzó de brazos, satisfecho. Fue a darse la vuelta para gritar órdenes, cuando el barco se balanceó repentinamente y un grito desgarró el pacífico silencio.

            -  ¡Nos atacan! ¡Piratas!

Sunter desenfundó la espada tras recobrar la estabilización. Se transformó en un angel de cuatro alas y soltó gritos a diestro y siniestro:

            -  ¡Desplegad las velas! ¡Armad los cañones! Vamos, perros sarnosos ¡No tenemos todo el día!

Corrió hacia popa todo lo rápido que su pierna de palo le permitía. En el camino, su ayudante le siguió el paso y le tendió el catalejo. Él lo cogió y pegó su ojo a la mirilla. Vio otro barco, bastante cerca, de velas negras, con una bandera oscura ondeando al viento, que mostraba el dibujo de una calavera con cuernos. Luego desvió el aparato hacia la proa y entrecerró los ojos.

            -  Herma…-susurró, guardando el catalejo-. ¡Acabad con ese barco!

Mientras, en el barco pirata llamado El horror marítimo, una muchacha corría por las bodegas, llevando a un niño en la espalda. Esquivaba ágilmente a todos sus compañeros, para no estorbarles; debía de llegar a proa. Un pirata se le puso en medio para colocar uno de los cañones, pero ella lo saltó y siguió su camino. Subió con algo de torpeza las escaleras cuando el barco viró, pero consiguió mantenerse de pie. Salió al exterior y miró a su alrededor. Si abajo ya había actividad, arriba, en la cubierta, todo era un caos. Los tripulantes se movían de un lado a otro con las espadas cortas preparadas. Karen, la muchacha, vio la silueta de la capitana al fondo, observando la nave enemiga.

            -  ¡Madre!-gritó.

La joven se aproximó hacia ella, esquivando a los piratas. Subió unas escaleras de nuevo y llegó junto a la mujer.

            -  ¡Madre, quiero pelear!

La capitana se volvió hacia ella. Tenía un corto cabello rubio, y unos ojos azules como el hielo, aunque uno de ellos se encontraba oculto tras un parche. Vestía una gabardina roja, con algunas partes bañadas en oro. A Herma le gustaba el lujo, y por eso en el pasado se había hecho pirata. Hija de un herrero y de una tabernera, su condición social nunca le habría permitido conservar joyas ni disfrutar de ciertos privilegios.

           -  Karen, regresa a tu camarote.

           -  ¡Arko y yo podemos pelear!

Herma alzó una ceja, la única que se le veía, y miró al muchacho que la chica llevaba encima. Estaba dormido, y tenía una expresión de paz absoluta, con algunos mechones de un color azul celeste cayéndole por la cara.

           -  Arko está dormido, y ya sabes que ni el rugido de un cañón en su oído es capaz de despertarlo.

          -  ¡Pero es sonámbulo!-replicó Karen, en un desesperado intento por convencerla.
          
          -  Y tu eres mi hija, y no voy a dejar que te dañen…-miró entonces a un marinero robusto que pasaba cerca de ellas-. Noga, lleva a mi hija a sus aposentos y ocúpate de que no salga de allí hasta que terminemos el asalto.

          -  Si, mi señora-dijo el llamado Noga, y cogió a la muchacha de un brazo con tenacidad.

Ella trato de desasirse. Se consideraba fuerte, pero Noga era uno de los mejores hombres de su madre, y poco pudo hacer para no ser encerrada en su camarote. Noga la metió allí y cerró la puerta con llave, dejándola sola, sin ninguna otra compañía que los ronquidos de Arko. Karen gritó, frustrada, y dejó al niño sobre la cama. Luego comenzó a darle patadas a todo mueble que se encontrara de por medio.

          -  ¡No es justo! ¡Ya no soy una niña!

Jadeó, cansada, y se sentó en el suelo, frente a un espejo. Se dijo a si misma que le gritaría a su madre cuando todo terminara, a ver si así la dejaba pelear la próxima vez. Así podría demostrarle lo mucho que había mejorado.

Comenzó a peinarse, mirando su reflejo. Aunque no era ella exactamente. Halu, su demonio, la miraba desde el cristal, moviéndose de la misma forma que ella, aunque con voluntad propia. Se trataba de una criatura verde, con unas alas membranosas como únicas extremidades superiores. Sin embargo, para contrarrestar eso, poseía unos largos colmillos, que le sobresalían de la boca; unas afiladas y fuertes garras, y unos cuernos tentaculosos que le crecían de las orejas. El demonio la miró, con una sonrisa en sus labios, pero no dijo nada. Sabía de sobra que a Karen no le gustaba hablar cuando estaba enfadada.

La muchacha desvió la mirada e hizo una mueca de dolor al encontrarse con un enredón. Su pelo no era tan liso como el de su madre, aunque tenían el mismo color rubio oscuro. Además, ella lo llevaba más largo que la capitana, y las puntas presentaban un rizo hacia afuera. Miró de nuevo al reflejo y chasqueó la lengua al contemplar sus ojos, de un color violeta que casi se asemejaba al azul. Eran los ojos de su padre.

Karen nunca lo conoció, pero a juzgar por como hablaba su madre de él, debía de haber sido un cretino. La capitana siempre se ponía roja de ira cada vez que lo mencionaban en su presencia.

Frunció los labios y se tumbó en el frío suelo, sintiendo un escalofrío, no en vano, lo único que llevaba de ropa eran unas gruesas vendas en el pecho, unos pantalones rojos y cortos, unos brazales de tela negros y unas botas de pirata. Aunque a veces también llevaba medias de rejilla.

Miró entonces a Arko y a su reflejo. El niño vestía una túnica gris, no demasiado larga, para no entorpecerle el paso, ni tampoco demasiado corta. Llevaba también una bufanda que hacía que su sueño fuera más cómodo y placentero. La chica sonrió al verle respirar tan profundamente y se fijo en el demonio de su amigo. No se parecía mucho a un demonio. Era más como una criatura humanoide, sin escamas, con la piel lisa y azul y tatuajes rojos por todo el cuerpo. Tenía unas peludas y puntiagudas orejas y una larga cola de felino. De la espalda le salían dos pequeñas protuberancias, azules y membranosas, para permitirle el vuelo.

De repente, un disparo la sacó de sus pensamientos. Luego un grito le siguió, y posteriormente el entrechocar de las espadas. Karen se levantó e intentó abrir la puerta, sin resultados óptimos. Soltó una cadena de improperios y se volvió hacia Arko, que seguía soñando, con una sonrisa de felicidad, ajeno a todo el ruido del exterior.

           -  Arko-susurró Karen en su oído-. Tenemos que luchar, pero estamos atrapados. Solo tú puedes liberarnos.

El muchacho se movió un poco, y segundos después se incorporó, aún con los ojos cerrados y la respiración pesada; estaba sonámbulo. Se bajó de la cama y caminó hasta colocarse frente a la puerta. Posteriormente, cogió carrerilla y arremetió contra la madera. Las bisagras aguantaron el primer y el segundo placaje, pero al tercero estallaron y saltaron por los aires. Karen sonrió y agarró a Arko del brazo. Ambos subieron a cubierta.

Decenas de ángeles y demonios luchando, eso es lo que se encontraron. Algunos volaban, la mayoría; otros no veían necesario transformarse y peleaban en los barcos. La joven buscó a su madre con la mirada. La encontró peleando fieramente en el aire con un ángel de cuatro alas. Se disponía a ir a ayudarla cuando se le cruzó un enemigo. Karen esquivó por los pelos un sablazo y se transformó con rapidez en Halu, Sintió que Arko se transformaba también, comenzando a despertarse. Alzó el vuelo y golpeó con una pata al ángel, que salió despedido con fuerza hasta caer al agua.

          -  ¡Vamos, Danyee!-le gritó al demonio azul.

Este asintió, y ambos emprendieron el vuelo hacia arriba. Les vinieron al encuentro unos cuantos enemigos más, pero Karen quería demostrar a su madre lo que valía, y Halu le permitió controlar su cuerpo demoníaco. La muchacha había nacido entre piratas, había crecido siendo pirata, y peleaba como un pirata, a base de trampas y engaños. Muchos de sus compañeros conocían su potencial, pero la capitana le impedía desarrollarlo en ocasiones. Amor de madre, decía ella. <<Bueno, ya no tienes de que preocuparte, madre-pensó Karen-. Se defenderme sola>>

Halu y Danyee se deshicieron con facilidad de los ángeles. Solo eran una molestia en su camino, debían llegar junto con la capitana; ya quedaba poco para ayudarla.

Karen observó a su madre utilizando los ojos de Halu. En esos momentos, le estaba lanzando la cola al capital de los ángeles para desestabilizarlo. Con una sonrisa, la capitana enrolló la extremidad en torno al tobillo del lumínico y tiró de él. Este se desequilibró y quedó colgado bocabajo.

         -  Ya es hora de que mueras, Sunter. Ese dinero nos pertenece a nosotros.

El ángel gruñó algo, y, desde abajo, de una estoca, rebanó la cola, arrancándole un rugido a Herma. El capitán angelical aleteó con fuerza para alejarse del demonio un poco. La oscurecida se tambaleó en el aire por la repentina corriente. Pareció que, por un instante, lo recuperaba, pero Sunter ya estaba ahí con la espada preparada.

Karen lanzó un grito de terror al ver como la espada del ángel atravesaba a su madre.

          -  ¡Mamá!

Su horrible chillido hizo volverse al ángel, dejando caer el cadáver. El demonio verde se tiró en picado para alcanzar el cuerpo.

<<No puede ser. No puede ser. No puede ser -se repetía-. Estoy soñando, estoy soñando>>
Sus ojos derramaron lágrimas que quedaron atrás por la velocidad a la que iba. Consiguió llegar a tiempo para que el cuerpo de su madre cayera sobre ella. Sorprendida, sintió como las manos, ya humanas, se aferraban a su cuerpo. Comprendió que no estaba tan muerta y eso le dio fuerzas. Aleteó para no perder el equilibrio y retornó hacia el barco. A su espalda escuchó los gritos del ángel.

         -  ¡Alzad el vuelo! ¡Volvemos a Ciudad Celestial!-alguien le debió de rechistar, porque añadió-. Que se queden con el oro, nuestro barco se está hundiendo.

El demonio verde apretó los dientes, furiosa, pero aterrizo en la cubierta, dejando a Herma en el suelo. Los piratas restantes llegaron junto a ella.

         -  ¡Capitana!

Karen regresó a su forma humana y miró a su madre. Esta le sonreía.

         -  Karen… siento haberte tratado así…

Le chica sacudió la cabeza.

         -  ¡Buscad al médico!-los tripulantes se miraron entre ellos-. ¡Deprisa!

Uno de los piratas avanzó un paso.

         -  Karen, lo han matado.

Ella negó con la cabeza, tozuda, sin podérselo creer.

         -  No… no…-miró desesperada a su alrededor-. ¡Llevad el barco a tierra!

Sabía que era inútil, pero no lo aceptaba.

         -  Karen…-susurró la capitana con sus últimas fuerzas-. …Sé que te has hecho mayor… Eres fuerte-sus ojos brillaron maternalmente. No parecía tener miedo a irse-… Todos debemos irnos algún día. A mí me ha llegado la hora… Prométeme…

        -  Madre…-pudo decir, pero Herma no se dejó interrumpir.

        -  Prométeme que vivirás, que serás feliz. No permitas que mi muerte te atormente… A partir de ahora eres la capitana… tienes que… imponer respeto…

Los ojos de Herma comenzaron a cerrarse, lentamente, intentando retrasar un poco su inevitable destino.

Karen gimió y enterró el rostro en el cuerpo, ahora vacío, de la capitana. Su espíritu se había ido para siempre, ya no quedaba nada más que una carcasa vacía. La muchacha notó que una mano se posaba en su hombro y supo que se trataba de Arko. El niño entornó los ojos anaranjados con tristeza. La tripulación se congregó en torno a ellos y bajó la mirada, solemne.

Y así fue como un hermoso día se tornó gris y fatídico. Así fue como Karen se volvió la capitana.

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Los demonios observaban como un grupo de ángeles se disponía a cruzar el paso hacia la ciudadela. Se encontraban en lo alto de las montañas, pero su desarrollada vista les permitía verlos. Uno de ellos se removía, ansioso por bajar a pelear.

         -  Tranquilízate-le reprendió otro-. Debemos esperar a que se encuentren por la mitad del paso, así no podrán huir.

Miró a su espalda. En total eran media docena, la mitad de lo que eran los ángeles. Pero ellos contaban con el factor sorpresa, lo que les daría la victoria. El líder del grupo miró de nuevo hacia abajo. Los lumínicos ya estaban casi por la mitad. Hizo un gesto con la garra a los que tenía detrás. Estos se colocaron sigilosamente en el borde, cargando con enormes rocas. El líder esperó un poco antes de dar la señal.

 Las rocas cayeron a velocidad considerable sobre los emplumados. Estos se dieron cuenta del engaño, pero era demasiado tarde.

          -  ¡Emboscada!-gritó uno antes de ser aplastado por una de las enormes piedras.

Otro más cayó, haciéndose papilla contra el suelo. Y otro, y otro, y otro... El paso era demasiado estrecho como para extender las alas y volar, pero lo suficientemente ancho como para que sintieran el peso de las rocas en su espalda. Cuando quedaban menos de la mitad, trataron de huir, dirigiéndose rápidamente al final del camino. Los demonios bajaron por las paredes, deslizándose suavemente gracias al agarre de sus afiladas extremidades. Al llegar junto a ellos, los lumínicos desenfundaron las armas, pero había poco espacio, y los oscurecidos acabaron con ellos en cuestión de segundos. Solo quedo uno, que retrocedió aterrado hasta chocar de espaldas con la pared. Los demonios avanzaron hacia él, con malévolas sonrisas en sus rostros, pero el líder los detuvo.

          -  Esperad... -dijo, pensativo-. Llevémosle con la Caída, que ella decida que hacemos con él.

Los demás lo miraron, pero asintieron, conformes, y tiraron del ángel hasta la salida del paso rocoso. Una vez fuera, extendieron las alas. Dos oscurecidos agarraron al lumínico de las plumas y alzaron el vuelo, tirando de él. El ángel dio una mueca de dolor al sentir tocadas sus alas. Era una ley entre emplumados, las alas eran una parte muy personal y no se debía tocar las ajenas.

    -  Si te destransformas y huyes, te alcanzaremos-le advirtieron los demonios.

Los demás volaron, colocándose a su misma altura, y los seis retornaron hacia su base: una enorme plataforma abandonada que flotaba en el aire, a bastantes metros de altura sobre la gran ciudadela.

El ángel pudo ver desde arriba la ciudad demoniaca. Se sorprendió al ver que no era tan diferente de la ciudadela angelical. Parecía bien organizada; no había lugar para el caos allí. Que ironía, pensó. Los demonios eran criaturas dedicadas a la destrucción.

Al fin, dejaron detrás el vuelo y aterrizaron sobre la plataforma; el ángel contempló el lugar. El pedazo de tierra bien podría haberse considerado una mitad de la urbe que tenia debajo. No había ninguna construcción. Ni una mansión, un castillo, una casa. Ni siquiera una chabola. No, lo único que allí se encontraba era un elaborado trono de piedra negra, como si lo hubieran tallado desde el mismo suelo. Frente al asiento, se disponían cuatro grupos de demonios, formados por tres filas cada uno: Un pequeño ejercito.

Los recién llegados avanzaron por un camino, colocado entre las dos legiones centrales. El ángel sintió las miradas de todas esas criaturas puestas en el. Un movimiento en falso y seria hombre muerto. De repente, se pararon junto al trono, y los seis demonios que lo acompañaban se arrodillaron. El emplumado los miró anonadado.

          -  ¿Y este?-inquirió una voz femenina.

El lumínico parpadeó sorprendido, y miró hacia delante, aun sin agacharse. Entonces, se vio cara a cara con un rostro encapuchado y unos brillantes y eléctricos ojos azules. No supo por que, pero le dio la sensación de que esos ojos lo escrutaban por dentro. Y eso le dio miedo y fuerzas al mismo tiempo. Su orgullo de ángel le impedía estremecerse ante tales criaturas. La encapuchada sonrió ampliamente, pero fue una sonrisa fría y sin sentimientos. Luego se volvió y se sentó sobre el respaldo del trono. Entonces, el ángel pudo observarla bien. Lo primero que le llamó la atención fueron las alas, largas, negras... y emplumadas.

          -  ¿Un... un ángel...?

La miró con más atención, de arriba a abajo. Vestía una chaqueta corta, de cuero blanco, encima de una camiseta negra. La capucha, negra también, poseía brillantes runas rojas en el borde que brillaban de manera siniestra. En las manos, el extraño ángel presentaba unos guantes negros, con los dedos descubiertos. El lumínico observó también la indumentaria que llevaba en las piernas: unos pantalones anchos remetidos en unas botas góticas, del mismo color que la camiseta y la capucha.



Entonces, la mujer hizo un gesto con la cabeza, como si alzara la barbilla.

         -  Hubo un tiempo en el que solía ser un ángel... Luego caí, y ahora soy un demonio.

El lumínico abrió la boca, horrorizado. Un demonio le pegó una patada desde detrás, obligándolo a arrodillarse.

         -  ¿Qué hacemos con él, mi señora?

El ángel caído enfocó sus magnéticos ojos durante un instante en el líder del grupo de demonios. Tras un rato que pareció ser eterno, habló, dirigiéndose al cautivo.

   -  Ve. Ve con tu gente y diles que Ytse ha regresado y que planea vengarse. Y no se te ocurra olvidarte del mensaje, porque te haré personalmente algo mucho peor que lo que van a hacerte ellos-añadió, señalando al grupo de los seis demonios-. Cortadle las alas.

El ángel se levantó, con una expresión de horror y desesperación en el rostro.

         -  ¡No!-gritó, pero sintió entonces las garras de uno de los demonios en su hombro. Intentó zafarse, pero más garras aprisionaron su cuerpo, y pronto sintió como se lo llevaban de allí en volandas. El ángel caído los observó marchar, con una mirada pensativa. Cuando desaparecieron de su vista se dejó caer en el asiento y contempló, aburrida, al ejército.

         -  Marchad. Vigilad que ningún otro ángel entre en estas tierras. Necesito tiempo para reclutar más soldados.

Las legiones soltaron un grito de afirmación y alzaron el vuelo. Ytse se cruzó de brazos, luego desvió la mirada a un lado.

         -  Kashra.

Un demonio salió entonces de detrás del trono. Iba con los musculosos brazos y llenos de  vendas y correas cruzados sobre el pecho desnudo.

         -  Triste destino, el del ángel.

         -  Podría haber sido peor-respondió Ytse-. Las alas le volverán a crecer si no se las arrancan de cuajo.

         -  ¿Puedo sentir compasión en tus palabras?

         -  Se lo importantes que son las alas para un ángel. Son la fuente de su orgullo.

         -  Al parecer tú sabes mucho de eso, ¿no?-rio Kashra.

Ytse se volvió hacia él, lanzándole una mirada asesina. El demonio Kashra era alto, quizá de dos metros, y tenia un tono rojizo de piel. Con el torso desnudo, mostraba cicatrices en múltiples sitios, aunque las que más se veían eran las del cuello y las de los hombros. Sus ojos eran del mismo tono que su piel, y su pelo, liso y negro. Le crecían dos largos y enredados cuernos de las sienes, y, a diferencia de la mayoría de los demonios, carecía de alas. A cambio de eso, le salían púas largas y afiladas por la espalda, siguiendo el recorrido de la columna vertebral. Sus piernas se mantenían escondidas bajo unos pantalones negros, con dos aberturas por detrás para dejar salir a las escurridizas colas. Para finalizar su indumentaria, Kashra pisaba el suelo con unas botas, muy parecidas a las que usaba Ytse. Además, cargaba con una enorme espada a la espalda.

         -  No pienso discutir sobre eso-murmuro ella.

Kashra sonrió.

         -  ¿Has dado con el resto?

Ytse negó.

         -  No, y ellos son la clave para este plan.

         -  Imagino que las legiones no solo eran para vigilar la entrada de ningún ángel.

         -  Hay un par de infiltrados dentro en cada una. Si por un casual sospechan de alguien, me mandarán un mensaje.

         -  Siempre escondes otros propósitos bajo tus acciones-comentó Kashra con una sonrisa.

         -  Que quieres que te diga, prefiero mantener ese tema en secreto. El plan podría irse al traste si algo falla… Y ahora ve a buscarme más soldados.

Kashra inclinó la cabeza e hizo una reverencia. Luego se tiró de la plataforma. Ytse no se preocupó. Sabía que el demonio rojo no se haría daño al caer, aunque la colisión hiciera estragos en el lugar.

domingo, 17 de febrero de 2013

Capitulo I

    Quince años después…

             ¡Tengo hambre!

La mañana se levantaba, como todos los días, y con ella, los habitantes de Arnet. Se trataba de una ciudad comerciante, por donde pasaban las más importantes caravanas de comerciantes nómadas. La urbe constaba de un gran mercado, en el centro, rodeando el anfiteatro, en el cual se celebraban pequeños torneos de lucha cada cierto tiempo.

Todos los edificios tenían una estructura redonda y curvada, y la piedra era de un tenue color crema. Los edificios más altos, de tres pisos como máximo, se encontraban por el centro de la ciudad, mientras que los más pequeños quedaban rozando las altas murallas.

           - Acabas de zamparte un pastel entero, Dottan-respondió la chica resignada.

           - Ya, pero sigo teniendo hambre.

           - Eres una ruina.

Dottan sonrió radiante. Eso significaba que su amiga le compraría algo de comer. Caminaron ambos por el distrito de la comida, mirando los diferentes puestos, vigilados por ángeles menores, unas criaturas blandas y redondas, similares al algodón y del tamaño de una pelota. Estos ángeles tenían cuatro pequeñas alas emplumadas, surgidas de la espalda, y poseían unas vocecillas agudas, pero suaves.

También había por allí lo que muchos llamaban ángeles superiores, o simplemente ángeles. A parte de ese, tenían otros nombres, como lumínicos, emplumados… La mayoría de estos se dedicaban a la defensa de la ciudad, estuvieran o no en su forma humana.

Zayyn, que así se llamaba la muchacha, suspiró. Muchos de los jóvenes de su edad ya habían conseguido transformarse, pero ella aun seguía ahí, esperando el momento en el que su ángel interior floreciera. Miró por el rabillo del ojo a su compañero, quien, al pasar junto a un lumínico, agachaba la cabeza para no mantener contacto visual. Normal. Los demonios eran perseguidos en esa ciudad, y Dottan hacia tiempo que había aprendido a transformarse. Pero, a pesar de eso, eran amigos, pues habían convivido juntos en la Casa de los Niños, una especie de orfanato, donde no había un solo adulto. El que se dedicaba a cuidarlos a todos era una chica, adorable y gentil, ya cerca de alcanzar la mayoría de edad.

Continuaron caminando hasta escapar de la vista de cualquier ángel. Zayyn le puso una mano en el hombro a Dottan.

          - Veras como, un día, conseguiremos que los demonios y los ángeles vivan en armonía y equidad.

Dottan la miró. Zayyn tenía un cuerpo bonito, bastante bien dotado para una chica de su edad: Alta, delgada, facciones suaves, pelo liso y sedoso y brillantes ojos verdes, con un ligero matiz grisáceo. Vestía una camiseta suelta, de color verde clarito y en los brazos unos guantes largos y negros. Por debajo de la cintura lucia unos pantalones oscuros, un poco asimétricos: en una pierna eran cortos, y en la otra llegaban hasta el suelo.

         - Al final no me contaste, ¿Qué tal con tu ligue de anoche?

Zayyn parpadeó, sorprendida de que sacara el tema tan de repente.

         - Bah, era un aburrido-dijo cruzándose de brazos-. No tenía iniciativa, ya me entiendes. 

Dottan sonrió y sacudió la cabeza, pero no dijo nada más. Tras un rato andando se detuvieron frente a un puesto de comida dulce. Dottan miró con ojos brillantes todos los productos, mientras pedía un poco de esto y algo más de aquello. Zayyn, quien administraba el dinero de ambos, sacó unas monedas de una bolsa y las contó.

          - ¿Ha visto a este chico?-oyó a su derecha, a unos metros.

Abrió mucho los ojos y desvió la mirada. Allí, en un comercio cercano, había un ángel hablando con el dependiente, señalando la foto en papiro de un muchacho.

Era Dottan.

Zayyn sintió un sudor frío por todo su cuerpo. Desvió la mirada al suelo, pensando una manera rápida y eficaz de escaparse, pero estaban muy cerca, y si no se iban ya de allí los descubrirían. Se dio la vuelta, dejó el dinero en el mostrador y agarró a Dottan del brazo. El muchacho a punto estuvo de tirar su comida al suelo por accidente.

          - ¿Que pasa, Z?

          - Tenemos que irnos de aquí. Ahora.

          - ¿Por?

Zayyn señaló hacia atrás con la cabeza. Dottan siguió la trayectoria y palideció de golpe. Ambos emprendieron la marcha a paso ligero. Por suerte, salieron del mercado sin percances, aunque aun con precaución. La casa de los niños aun estaba lejos.

           - No debiste transformarte aquella vez-reprendió la joven-. Al parecer te vio alguien, y ahora la guardia angelical sabe que eres un demonio.

          - Lo sé, pero no pude evitarlo. En forma de demonio disfruto más de la comida.

          - Eres increíble.

Llegaron a la casa y se dirigieron al salón. Por suerte no había nadie.

          - Dottan, esto es serio-dijo Zayyn cerrando la puerta de la sala-. No podrás seguir en la ciudad. Tienes que marcharte.

El muchacho se dejó caer en un sofá.

          - Pero... vosotros estáis aquí. Sois mi familia.

Zayyn suspiró y se sentó a su lado.

          - Lo sé, por eso me iré contigo.

El chico, que se había llevado un trozo de pastel a la boca, se atragantó. Zayyn le palmeó la espalda para ayudarlo.

          - ¿Qué? ¿Hablas en serio?

Ella resopló.

          - No puedes vivir sin mí, eres un desastre-respondió-. Además, estoy cansada de vivir en esta ciudad. Ya me conozco los cuerpos de casi todos los hombres de aquí....

          - ¿Sabes qué? Déjalo, no quiero saber nada de eso.

Zayyn  rió suavemente. Sabía que esa información no le interesaba a su amigo, y por eso lo había dicho, para que le dejara ir con él. Entonces, de repente, la puerta se abrió, y los dos chicos se tensaron. Pero sólo era Arabelle, la encargada de la casa.

          - ¿Cómo estáis, chicos?

Ellos la saludaron, intentando aparentar que estaban como siempre. Sin embargo, Arabelle los conocía demasiado bien, y los notó nerviosos.

          - ¿Qué os pasa?-inquirió.

Zayyn y Dottan se quedaron helados. Debían de haber supuesto que no podían engañarla. Guardaron silencio durante un minuto, buscando una forma de evadir la pregunta.

          - Vamos a casarnos-soltó de repente Dottan.

Zayyn giró la cabeza para mirarle, entre sorprendida y enfadada, pero el muchacho le propinó un pisotón para que guardara las apariencias

          - ¿Qué? ¡Eso es maravilloso!-exclamó Arabelle mientras la otra le lanzaba al muchacho una mirada asesina.

Dottan sonrió levemente.

         - Si... por eso, nos gustaría empezar una nueva vida juntos, fuera de esta ciudad.

Zayyn entornó los ojos, comprendiendo al fin. Arabelle suspiró y dibujó en su amable rostro una sonrisa de felicidad.

          - Ya veo. Sois muy jóvenes aun, pero sé que os las apañaréis. Aunque....-miró a Zayyn- pensaba que tú ibas por libre.

Ella soltó una risita.

          - Ya ves, la de vueltas que da la vida.

Arabelle palmeó sus piernas.

          - Bueno, ¿y cuando pensáis iros?

          - Mañana-dijo Zayyn.

          - En una semana-soltó Dottan a su vez.

Ambos muchachos se miraron. Ella carraspeó y repitió.

          - Mañana. Será lo mejor. Si demoramos la partida entonces nunca nos iremos.

Arabelle asintió.

          - Les diré a los otros niños...

          - Mejor en secreto, Ara.

La interpelada parpadeó un poco, pero asintió nuevamente y se volvió para marcharse.

          - Que seáis felices, chicos. Os echaremos de menos-y cerró la puerta tras de si.

Zayyn y Dottan no dijeron nada durante un rato. La primera en romper el silencio fue la joven.

          - Así que casarnos, ¿eh?

Dottan la miró.

          - No podía decirle la verdad. Si supiera que soy un demonio la pondríamos en peligro.

Zayyn suspiró.

          - Tienes razón...

Crack. De repente, se escuchó un extraño ruido de fuera de la habitación, y Zayyn y Dottan se levantaron de inmediato. Al abrir la puerta, se encontraron con uno de los otros niños, un muchacho delgaducho y pálido, que miraba con ojos atónitos a Dottan.

          - ¡Monstruo!-le gritó, y salió corriendo de la casa.

          - ¡Rápido!-Zayyn salió detrás de él-¡Tenemos que atraparle antes de que suelte nada!

Dottan la siguió, tratando de seguir su ritmo, pero su ligero sobrepeso le hacia resoplar del esfuerzo cada segundo.

          - ¡Nick, detente, no es lo que parece!-gritaba Zayyn mientras perseguía al niño. Este no se atrevió a detenerse y siguió corriendo, hasta que, en una esquina, se paró frente a dos ángeles.

          - ¡Ese chico es un demonio! ¡Me quiere matar!

Los dos ángeles miraron en la dirección que el pequeño les señalaba y agarraron sus espadas al reconocer a Dottan. Zayyn se paró de golpe, se dio la vuelta y retornó la carrera para huir, llegando junto a su compañero y tirándole del brazo.

          - Vamos, Dottan. Ahora toca escapar.

          - Pero, pero...

Ella no le hizo ni caso. Tiró de él sin compasión, para salvar sus vidas. Si los atrapaban, a él lo matarían por demonio y a ella por cómplice. Giraron por una calle, escuchando los pasos de sus perseguidores. Zayyn volvió a girar, entrando en una callejuela más oscura y deshabitada. Tenían que perderlos, pero ellos seguramente estaban transformados y los alcanzarían en cuestión de segundos. No tardó en sentir una mano que la empujaba hacia delante con fuerza. La chica dio un traspié y cayó al suelo cuan larga era, tirando a Dottan al mismo tiempo.

          - Un demonio y una humana que aun no ha tenido su primera transformación-dijo un ángel, con voz gélida.

          - En cualquier caso, ninguno es de los nuestros, al menos por ahora-dijo la segunda criatura divina, mirando directamente a Zayyn.

Esta se levantó con torpeza y se puso delante de su amigo para protegerle.

         - Puede que aún no sea un ángel, pero no voy a dejar que le hagáis daño.

El segundo ángel alzó una mano y la golpeó con ella, apartándola a un lado. La chica gritó al golpearse con la pared de una casa, y Dottan rugió, enfadado.

         - Dejadla en paz, ¿qué os ha hecho ella?-gritó, y comenzó a transformarse. Sin embargo, no tuvo tiempo de finalizar el cambio. El primer ángel le propinó una patada que lo lanzó hacia atrás.

Los dos lumínicos caminaron hacia él, desenvainando las espadas. Uno de ellos alzó el arma cuando llegó junto a su víctima.

         - Púdrete en el infierno, bestia inmunda.

La espada brilló con la luz del Sol, justo cuando una voz cercana los dejaba helados.

         - ¡Quietos!

Dottan miró a Zayyn, quien se había levantado y miraba a los dos ángeles con furia. Pero era una furia diferente, como divertida.

         - Si vais a matarle, será mejor que yo antes juegue un poco con vosotros.

Se agachó. Su cuerpo comenzó a mutar, al mismo tiempo que unas llamas rojizas la rodeaban, ocultándola brevemente de la vista de los demás.

Siempre había pensado que su otro yo sería un ángel. Quizá había sido porque vivía en una ciudad de ángeles, quizá por los cuentos que le había contado Arabelle cuando eran más pequeñas, o quizá porque sus difuntos padres habían sido emplumados. Sin embargo, ahora que sabía lo que era en realidad, le daba igual. Su único propósito era salvar a Dottan.

El círculo de fuego desapareció, dejando a la vista a una criatura demoníaca. Al igual que Zayyn, tenía un cuerpo esbelto, aunque sin duda alguna, ahora era más atractiva. Su piel era totalmente negra, con finos hilillos rojizos que le surcaban el cuerpo, como si de lava se tratase. Sus manos y pies se habían convertido en afiladas garras, y del trasero le salía una larga cola acabada en una púa, hecha de algún oscuro metal. De la cabeza le crecían cinco cuernos negros, dispuestos en forma de pentágono. Lo único que parecía haber mantenido de la apariencia de Zayyn era el pelo rojo como el fuego y sus ojos verdes-grisáceos. Dottan se sonrojó un poco al verla; estaba casi totalmente desnuda, a excepción del pecho, los antebrazos y la parte de abajo de las piernas, donde llevaba una armadura roja en forma de placas.



Los ángeles le dieron la espalda al muchacho para enfrentarse al demonio que tenían delante.

         - Dos demonios, qué sorpresa.

         - Acabaremos contigo después, niño rollizo.

El primer ángel se adelantó, dando a entender que se enfrentaría él primero al demonio negro. Esta ladeó la cabeza.

         - ¿Qué? ¿Uno por uno?-sonrió, mostrando sus colmillos. Su voz era suave y melodiosa-. Qué aburridos sois...

Se agachó y se lanzó contra él, a una velocidad que no habían esperado de una muchacha en su primera transformación. El demonio retrasó un brazo y atravesó rápidamente el pecho del ángel con sus afiladas garras. El lumínico murió al instante, y su compañero miró atónito a aquella criatura.

         - Ven-dijo el demonio con una dulce voz.

El ángel entornó los ojos. Ahora que la veía mejor, no se parecía a ningún demonio que hubiera visto antes. Ninguno tenía esa extraña fuerza y belleza que lo atraía inevitablemente... Parpadeó. Cuando quiso darse cuenta, ya estaba frente a ella, con su cara a pocos centímetros de la suya. El demonio sonrió y le tomó el rostro suavemente con sus garras. Sus labios rozaron los de él, hasta que entraron en completo contacto. Segundos después, la criatura demoníaca observaba con satisfacción cómo el brillo de la vida se apagaba en los ojos del emplumado. Dejó caer el cuerpo al suelo y se estiró.

         - Maaaah... eso les enseñará-dijo con una expresión perezosa en la cara. Luego se volvió hacia Dottan, que la miraba aterrado-. Tú, chico. Levántate, ya no peligras.

El joven hizo lo que le ordenaba, aunque le temblaban las piernas.

         - ¿Z?

Pero el demonio negó con la cabeza.

           - Mi nombre es Riea. Soy el demonio interior de Zayyn. No te lo esperabas, ¿eh?

Dottan esbozó una sonrisa nerviosa. Riea miró al cielo.

           - Sería bueno que os fuerais pronto de aquí, cuanto antes mejor. Id hacia el oeste. Allí estaréis seguros.

           - Pero... el oeste está plagado de demonios.

           - ¿Y acaso no lo sois vosotros? Vuestro lugar está allí. En esta ciudad de ángeles solo encontrareis la muerte.

Dottan miró para otro lado, pero asintió. No le gustaba admitirlo, pero no estaba seguro de si otros demonios los tratarían bien. Todos sabían de la fama que tenían los demonios por las peleas, aunque se tratara de una generalización. Riea se cruzó de brazos al notar su incomodidad.

           - Chico, no lo sabrás hasta que lo intentes-le dijo, adivinando lo que pensaba-. Y ahora te dejo con la humana. Trata de protegerla, no quiero tener que estar salvándoos todo el tiempo.

Dicho eso, dio un paso hacia atrás y el círculo de fuego la envolvió de nuevo. Al cabo de unos segundos apareció Zayyn, esta vez algo atontada y perpleja. Dottan caminó hacia ella y la sujetó cuando vio que se tambaleaba.

           - ¿Estás bien?-ella asintió débilmente-. No te preocupes, siempre pasa en la primera vez. Luego te acostumbras.

           - Soy… ¿un demonio?-inquirió.

           - Eso parece-respondió el muchacho-. Pero no tiene por qué ser malo.

           - No- respondió ella, cortándole-. De echo, me he sentido bastante bien, dándoles su merecido a esos ángeles… ¿Qué te ha dicho? Solo he visto lo que ella cuando estaba peleando, luego ella tomó el control completo del cuerpo.

Dottan se lo contó, y ella escuchó atentamente, sin perderse una sola palabra. Al finalizar asintió, y se rascó la nuca, pensativa.

           - Necesitaríamos una carreta o algo para llevar provisiones. Puede ser un viaje difícil.

Dottan miró los cadáveres de los ángeles.

          - Se me había ocurrido vestirnos con la armadura de la guardia y cuando estuviésemos casi a las puertas de la muralla meternos en un carro, para que no nos pillaran.

          - Es una buena idea-comentó la chica, asintiendo-. Pero seguimos con el problema de la comida-enmudeció unos instantes, buscando alguna solución, hasta que dio con ella-. Escuché decir a un chico que saldría del almacén una carreta para salir de la ciudad. Afortunadamente se dirige al oasis del oeste.

          - ¿A qué estamos esperando, entonces?-replicó Dottan dando un salto.

Ambos chicos se acercaron a los dos guardias, les desnudaron para ponerse sus ropas y se las probaron. Por fortuna, uno de los dos ángeles usaba la misma talla que Zayyn, por lo que le quedaba como un guante. Dottan no tuvo tanta suerte, su recambio le quedaba algo justo. La muchacha agarró una bolsa de uno de los guardias y metió ahí sus antiguas ropas. Una vez listos, se encaminaron hacia el almacén, que se encontraba a unas pocas calles del mercado.

Por el camino les saludaban ciudadanos, comerciantes y otros guardias que paseaban. Se susurraron entre ellos que había mucha diferencia de ser alguien normal a pertenecer a la guardia de los ángeles. 

Cuando llegaron a la calle del almacén, el Sol ya se alzaba sobre ellos, anunciando que era mediodía. De lejos vieron como el responsable del almacén discutía con trabajador, y encontraron allí su oportunidad para infiltrarse dentro. Caminaron sigilosamente, sin que los detectaran, y se metieron en el almacén. Era una sala bastante amplia. En los laterales había armarios, cajas y bolsas, mientras que en el centro descansaba una carreta, llevada por un lagarto verde y enorme, el cual parecía dormido. Miraron a su alrededor, para percatarse de que no había nadie que los viera colarse. Luego comenzaron a desvalijar el edificio con todo lo que necesitaban.


          - Voy a ver si tienen botas de agua-anunció Zayyn-. Tú pilla una bolsa y coge todo lo que veas que nos puede hacer falta.

Se pusieron manos a la obra. La pelirroja, cuando se encontraba con trabajadores, alegaba que tenía que inspeccionar, y ellos la dejaban, al percatarse de su armadura. De esa forma apenas gastó tiempo antes de encontrar dos de los recipientes de agua, colgados en una pared. Desandó lo que había recorrido, hasta llegar junto a su amigo. Este le mostró una mochila con frutas, carnes y, sobretodo, dulces, todo ello colocado en cajas de plástico transparentes.

           - ¿En serio?-pudo decir Zayyn, sin llegárselo a creer.

           - Necesito mi azúcar, ya me conoces.

           - Si, lo sé…

De repente la puerta que daba al exterior se abrió un poco, y ambos chicos solo tuvieron tiempo de esconderse tras la carreta.

          - Gracias por guardarme aquí la carreta, te debo una-decía una voz, algo ronca.

          - Ya lo creo-decía otra voz, riendo-. Pero, por el momento, tú sigue con tu vida. Si tengo un problema ya mandaré a alguien a buscarte.

Ambos muchachos sintieron como uno de los dos interlocutores se subía al vehículo. Zayyn le hizo una seña a Dottan, y ambos se subieron rápidamente, antes de que comenzara a moverse. La carreta estaba cubierta por una manta, por lo que pudieron esconderse bien. Desde su interior, los dos jóvenes se miraron y se dedicaron sonrisas de complicidad, aunque todavía quedaba pasar por la puerta y que no los pillaran. 

Esperaron unos minutos, lo que fue el recorrido desde el almacén hasta la salida de la ciudad. El tiempo parecía ir a cámara lenta cuando llegaron junto a los guardias.


           - ¿Qué llevas ahí?-inquirió uno de ellos.

           - Solo algunos productos de la ciudad, para venderlos en otros lugares.

Dottan y Zayyn escucharon como se quedaban en silencio. Rezaron para que a los ángeles no les diera por mirar debajo. Si no, ya podían despedirse de su viajecito y, posiblemente, de sus vidas. Pasaron unos segundos que se hicieron eternos, hasta que, finalmente, el ángel habló.

           - Está bien. Que tengas buen viaje.

Zayyn suspiró, aliviada, mientras que Dottan movía los brazos en señal de victoria. Ambos continuaron escondidos bajo la manta. Habían conseguido salir de la ciudad, ahora solo les esperaban aventuras de verdad.
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