martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo II

El cielo comenzó a tornarse de un tono rojizo al atardecer. El Rasgamares se encontraba parado en mitad del océano. Era una nave espléndida, una de las más rápidas del reino- De un color blanco como el marfil, que hacia juego con las velas, las cuales se encontraban plegadas. La tripulación descansaba, había sido un día duro, pero tras muchos esfuerzos habían recorrido una cantidad considerable de millas.



En el camarote del capitán, el líder de la tripulación y su mano derecha observaban un mapa, sentados en torno a una mesa de madera y sintiendo el vaivén del barco.

             -  Deberíamos llegar aquí-el ayudante señaló un punto costero en el plano-en unas pocas horas.

El capitán se mesó la barba, pensativo, y se quitó el sombrero, mostrando los inicios de una calvicie prematura. Iba vestido con un largo abrigo negro, sobre una ancha camisa blanca. Una espada curvada le colgaba de un cinturón, amarrado a unos pantalones.

            -  Excelente trabajo-dijo finalmente-. Pero por ahora no hemos atisbado tierra.

            -  Mi capitán, no os preocupéis. El oro llegará sano y salvo a la capital…

Llamaron entonces a la puerta, y uno de los marineros entro con una ancha sonrisa.

            -  ¡Mi capitán! ¡Hemos atisbado tierra!

Este se levantó al instante y de dos zancadas salió de su camarote. Observó a toda la tripulación, que miraba embelesada a un punto concreto a su espalda. Se volvió y, allí en el horizonte, pudo divisar una mancha oscura y alargada. El capitán Sunter esbozó una media sonrisa.

            -  Por fin.

Se cruzó de brazos, satisfecho. Fue a darse la vuelta para gritar órdenes, cuando el barco se balanceó repentinamente y un grito desgarró el pacífico silencio.

            -  ¡Nos atacan! ¡Piratas!

Sunter desenfundó la espada tras recobrar la estabilización. Se transformó en un angel de cuatro alas y soltó gritos a diestro y siniestro:

            -  ¡Desplegad las velas! ¡Armad los cañones! Vamos, perros sarnosos ¡No tenemos todo el día!

Corrió hacia popa todo lo rápido que su pierna de palo le permitía. En el camino, su ayudante le siguió el paso y le tendió el catalejo. Él lo cogió y pegó su ojo a la mirilla. Vio otro barco, bastante cerca, de velas negras, con una bandera oscura ondeando al viento, que mostraba el dibujo de una calavera con cuernos. Luego desvió el aparato hacia la proa y entrecerró los ojos.

            -  Herma…-susurró, guardando el catalejo-. ¡Acabad con ese barco!

Mientras, en el barco pirata llamado El horror marítimo, una muchacha corría por las bodegas, llevando a un niño en la espalda. Esquivaba ágilmente a todos sus compañeros, para no estorbarles; debía de llegar a proa. Un pirata se le puso en medio para colocar uno de los cañones, pero ella lo saltó y siguió su camino. Subió con algo de torpeza las escaleras cuando el barco viró, pero consiguió mantenerse de pie. Salió al exterior y miró a su alrededor. Si abajo ya había actividad, arriba, en la cubierta, todo era un caos. Los tripulantes se movían de un lado a otro con las espadas cortas preparadas. Karen, la muchacha, vio la silueta de la capitana al fondo, observando la nave enemiga.

            -  ¡Madre!-gritó.

La joven se aproximó hacia ella, esquivando a los piratas. Subió unas escaleras de nuevo y llegó junto a la mujer.

            -  ¡Madre, quiero pelear!

La capitana se volvió hacia ella. Tenía un corto cabello rubio, y unos ojos azules como el hielo, aunque uno de ellos se encontraba oculto tras un parche. Vestía una gabardina roja, con algunas partes bañadas en oro. A Herma le gustaba el lujo, y por eso en el pasado se había hecho pirata. Hija de un herrero y de una tabernera, su condición social nunca le habría permitido conservar joyas ni disfrutar de ciertos privilegios.

           -  Karen, regresa a tu camarote.

           -  ¡Arko y yo podemos pelear!

Herma alzó una ceja, la única que se le veía, y miró al muchacho que la chica llevaba encima. Estaba dormido, y tenía una expresión de paz absoluta, con algunos mechones de un color azul celeste cayéndole por la cara.

           -  Arko está dormido, y ya sabes que ni el rugido de un cañón en su oído es capaz de despertarlo.

          -  ¡Pero es sonámbulo!-replicó Karen, en un desesperado intento por convencerla.
          
          -  Y tu eres mi hija, y no voy a dejar que te dañen…-miró entonces a un marinero robusto que pasaba cerca de ellas-. Noga, lleva a mi hija a sus aposentos y ocúpate de que no salga de allí hasta que terminemos el asalto.

          -  Si, mi señora-dijo el llamado Noga, y cogió a la muchacha de un brazo con tenacidad.

Ella trato de desasirse. Se consideraba fuerte, pero Noga era uno de los mejores hombres de su madre, y poco pudo hacer para no ser encerrada en su camarote. Noga la metió allí y cerró la puerta con llave, dejándola sola, sin ninguna otra compañía que los ronquidos de Arko. Karen gritó, frustrada, y dejó al niño sobre la cama. Luego comenzó a darle patadas a todo mueble que se encontrara de por medio.

          -  ¡No es justo! ¡Ya no soy una niña!

Jadeó, cansada, y se sentó en el suelo, frente a un espejo. Se dijo a si misma que le gritaría a su madre cuando todo terminara, a ver si así la dejaba pelear la próxima vez. Así podría demostrarle lo mucho que había mejorado.

Comenzó a peinarse, mirando su reflejo. Aunque no era ella exactamente. Halu, su demonio, la miraba desde el cristal, moviéndose de la misma forma que ella, aunque con voluntad propia. Se trataba de una criatura verde, con unas alas membranosas como únicas extremidades superiores. Sin embargo, para contrarrestar eso, poseía unos largos colmillos, que le sobresalían de la boca; unas afiladas y fuertes garras, y unos cuernos tentaculosos que le crecían de las orejas. El demonio la miró, con una sonrisa en sus labios, pero no dijo nada. Sabía de sobra que a Karen no le gustaba hablar cuando estaba enfadada.

La muchacha desvió la mirada e hizo una mueca de dolor al encontrarse con un enredón. Su pelo no era tan liso como el de su madre, aunque tenían el mismo color rubio oscuro. Además, ella lo llevaba más largo que la capitana, y las puntas presentaban un rizo hacia afuera. Miró de nuevo al reflejo y chasqueó la lengua al contemplar sus ojos, de un color violeta que casi se asemejaba al azul. Eran los ojos de su padre.

Karen nunca lo conoció, pero a juzgar por como hablaba su madre de él, debía de haber sido un cretino. La capitana siempre se ponía roja de ira cada vez que lo mencionaban en su presencia.

Frunció los labios y se tumbó en el frío suelo, sintiendo un escalofrío, no en vano, lo único que llevaba de ropa eran unas gruesas vendas en el pecho, unos pantalones rojos y cortos, unos brazales de tela negros y unas botas de pirata. Aunque a veces también llevaba medias de rejilla.

Miró entonces a Arko y a su reflejo. El niño vestía una túnica gris, no demasiado larga, para no entorpecerle el paso, ni tampoco demasiado corta. Llevaba también una bufanda que hacía que su sueño fuera más cómodo y placentero. La chica sonrió al verle respirar tan profundamente y se fijo en el demonio de su amigo. No se parecía mucho a un demonio. Era más como una criatura humanoide, sin escamas, con la piel lisa y azul y tatuajes rojos por todo el cuerpo. Tenía unas peludas y puntiagudas orejas y una larga cola de felino. De la espalda le salían dos pequeñas protuberancias, azules y membranosas, para permitirle el vuelo.

De repente, un disparo la sacó de sus pensamientos. Luego un grito le siguió, y posteriormente el entrechocar de las espadas. Karen se levantó e intentó abrir la puerta, sin resultados óptimos. Soltó una cadena de improperios y se volvió hacia Arko, que seguía soñando, con una sonrisa de felicidad, ajeno a todo el ruido del exterior.

           -  Arko-susurró Karen en su oído-. Tenemos que luchar, pero estamos atrapados. Solo tú puedes liberarnos.

El muchacho se movió un poco, y segundos después se incorporó, aún con los ojos cerrados y la respiración pesada; estaba sonámbulo. Se bajó de la cama y caminó hasta colocarse frente a la puerta. Posteriormente, cogió carrerilla y arremetió contra la madera. Las bisagras aguantaron el primer y el segundo placaje, pero al tercero estallaron y saltaron por los aires. Karen sonrió y agarró a Arko del brazo. Ambos subieron a cubierta.

Decenas de ángeles y demonios luchando, eso es lo que se encontraron. Algunos volaban, la mayoría; otros no veían necesario transformarse y peleaban en los barcos. La joven buscó a su madre con la mirada. La encontró peleando fieramente en el aire con un ángel de cuatro alas. Se disponía a ir a ayudarla cuando se le cruzó un enemigo. Karen esquivó por los pelos un sablazo y se transformó con rapidez en Halu, Sintió que Arko se transformaba también, comenzando a despertarse. Alzó el vuelo y golpeó con una pata al ángel, que salió despedido con fuerza hasta caer al agua.

          -  ¡Vamos, Danyee!-le gritó al demonio azul.

Este asintió, y ambos emprendieron el vuelo hacia arriba. Les vinieron al encuentro unos cuantos enemigos más, pero Karen quería demostrar a su madre lo que valía, y Halu le permitió controlar su cuerpo demoníaco. La muchacha había nacido entre piratas, había crecido siendo pirata, y peleaba como un pirata, a base de trampas y engaños. Muchos de sus compañeros conocían su potencial, pero la capitana le impedía desarrollarlo en ocasiones. Amor de madre, decía ella. <<Bueno, ya no tienes de que preocuparte, madre-pensó Karen-. Se defenderme sola>>

Halu y Danyee se deshicieron con facilidad de los ángeles. Solo eran una molestia en su camino, debían llegar junto con la capitana; ya quedaba poco para ayudarla.

Karen observó a su madre utilizando los ojos de Halu. En esos momentos, le estaba lanzando la cola al capital de los ángeles para desestabilizarlo. Con una sonrisa, la capitana enrolló la extremidad en torno al tobillo del lumínico y tiró de él. Este se desequilibró y quedó colgado bocabajo.

         -  Ya es hora de que mueras, Sunter. Ese dinero nos pertenece a nosotros.

El ángel gruñó algo, y, desde abajo, de una estoca, rebanó la cola, arrancándole un rugido a Herma. El capitán angelical aleteó con fuerza para alejarse del demonio un poco. La oscurecida se tambaleó en el aire por la repentina corriente. Pareció que, por un instante, lo recuperaba, pero Sunter ya estaba ahí con la espada preparada.

Karen lanzó un grito de terror al ver como la espada del ángel atravesaba a su madre.

          -  ¡Mamá!

Su horrible chillido hizo volverse al ángel, dejando caer el cadáver. El demonio verde se tiró en picado para alcanzar el cuerpo.

<<No puede ser. No puede ser. No puede ser -se repetía-. Estoy soñando, estoy soñando>>
Sus ojos derramaron lágrimas que quedaron atrás por la velocidad a la que iba. Consiguió llegar a tiempo para que el cuerpo de su madre cayera sobre ella. Sorprendida, sintió como las manos, ya humanas, se aferraban a su cuerpo. Comprendió que no estaba tan muerta y eso le dio fuerzas. Aleteó para no perder el equilibrio y retornó hacia el barco. A su espalda escuchó los gritos del ángel.

         -  ¡Alzad el vuelo! ¡Volvemos a Ciudad Celestial!-alguien le debió de rechistar, porque añadió-. Que se queden con el oro, nuestro barco se está hundiendo.

El demonio verde apretó los dientes, furiosa, pero aterrizo en la cubierta, dejando a Herma en el suelo. Los piratas restantes llegaron junto a ella.

         -  ¡Capitana!

Karen regresó a su forma humana y miró a su madre. Esta le sonreía.

         -  Karen… siento haberte tratado así…

Le chica sacudió la cabeza.

         -  ¡Buscad al médico!-los tripulantes se miraron entre ellos-. ¡Deprisa!

Uno de los piratas avanzó un paso.

         -  Karen, lo han matado.

Ella negó con la cabeza, tozuda, sin podérselo creer.

         -  No… no…-miró desesperada a su alrededor-. ¡Llevad el barco a tierra!

Sabía que era inútil, pero no lo aceptaba.

         -  Karen…-susurró la capitana con sus últimas fuerzas-. …Sé que te has hecho mayor… Eres fuerte-sus ojos brillaron maternalmente. No parecía tener miedo a irse-… Todos debemos irnos algún día. A mí me ha llegado la hora… Prométeme…

        -  Madre…-pudo decir, pero Herma no se dejó interrumpir.

        -  Prométeme que vivirás, que serás feliz. No permitas que mi muerte te atormente… A partir de ahora eres la capitana… tienes que… imponer respeto…

Los ojos de Herma comenzaron a cerrarse, lentamente, intentando retrasar un poco su inevitable destino.

Karen gimió y enterró el rostro en el cuerpo, ahora vacío, de la capitana. Su espíritu se había ido para siempre, ya no quedaba nada más que una carcasa vacía. La muchacha notó que una mano se posaba en su hombro y supo que se trataba de Arko. El niño entornó los ojos anaranjados con tristeza. La tripulación se congregó en torno a ellos y bajó la mirada, solemne.

Y así fue como un hermoso día se tornó gris y fatídico. Así fue como Karen se volvió la capitana.

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Los demonios observaban como un grupo de ángeles se disponía a cruzar el paso hacia la ciudadela. Se encontraban en lo alto de las montañas, pero su desarrollada vista les permitía verlos. Uno de ellos se removía, ansioso por bajar a pelear.

         -  Tranquilízate-le reprendió otro-. Debemos esperar a que se encuentren por la mitad del paso, así no podrán huir.

Miró a su espalda. En total eran media docena, la mitad de lo que eran los ángeles. Pero ellos contaban con el factor sorpresa, lo que les daría la victoria. El líder del grupo miró de nuevo hacia abajo. Los lumínicos ya estaban casi por la mitad. Hizo un gesto con la garra a los que tenía detrás. Estos se colocaron sigilosamente en el borde, cargando con enormes rocas. El líder esperó un poco antes de dar la señal.

 Las rocas cayeron a velocidad considerable sobre los emplumados. Estos se dieron cuenta del engaño, pero era demasiado tarde.

          -  ¡Emboscada!-gritó uno antes de ser aplastado por una de las enormes piedras.

Otro más cayó, haciéndose papilla contra el suelo. Y otro, y otro, y otro... El paso era demasiado estrecho como para extender las alas y volar, pero lo suficientemente ancho como para que sintieran el peso de las rocas en su espalda. Cuando quedaban menos de la mitad, trataron de huir, dirigiéndose rápidamente al final del camino. Los demonios bajaron por las paredes, deslizándose suavemente gracias al agarre de sus afiladas extremidades. Al llegar junto a ellos, los lumínicos desenfundaron las armas, pero había poco espacio, y los oscurecidos acabaron con ellos en cuestión de segundos. Solo quedo uno, que retrocedió aterrado hasta chocar de espaldas con la pared. Los demonios avanzaron hacia él, con malévolas sonrisas en sus rostros, pero el líder los detuvo.

          -  Esperad... -dijo, pensativo-. Llevémosle con la Caída, que ella decida que hacemos con él.

Los demás lo miraron, pero asintieron, conformes, y tiraron del ángel hasta la salida del paso rocoso. Una vez fuera, extendieron las alas. Dos oscurecidos agarraron al lumínico de las plumas y alzaron el vuelo, tirando de él. El ángel dio una mueca de dolor al sentir tocadas sus alas. Era una ley entre emplumados, las alas eran una parte muy personal y no se debía tocar las ajenas.

    -  Si te destransformas y huyes, te alcanzaremos-le advirtieron los demonios.

Los demás volaron, colocándose a su misma altura, y los seis retornaron hacia su base: una enorme plataforma abandonada que flotaba en el aire, a bastantes metros de altura sobre la gran ciudadela.

El ángel pudo ver desde arriba la ciudad demoniaca. Se sorprendió al ver que no era tan diferente de la ciudadela angelical. Parecía bien organizada; no había lugar para el caos allí. Que ironía, pensó. Los demonios eran criaturas dedicadas a la destrucción.

Al fin, dejaron detrás el vuelo y aterrizaron sobre la plataforma; el ángel contempló el lugar. El pedazo de tierra bien podría haberse considerado una mitad de la urbe que tenia debajo. No había ninguna construcción. Ni una mansión, un castillo, una casa. Ni siquiera una chabola. No, lo único que allí se encontraba era un elaborado trono de piedra negra, como si lo hubieran tallado desde el mismo suelo. Frente al asiento, se disponían cuatro grupos de demonios, formados por tres filas cada uno: Un pequeño ejercito.

Los recién llegados avanzaron por un camino, colocado entre las dos legiones centrales. El ángel sintió las miradas de todas esas criaturas puestas en el. Un movimiento en falso y seria hombre muerto. De repente, se pararon junto al trono, y los seis demonios que lo acompañaban se arrodillaron. El emplumado los miró anonadado.

          -  ¿Y este?-inquirió una voz femenina.

El lumínico parpadeó sorprendido, y miró hacia delante, aun sin agacharse. Entonces, se vio cara a cara con un rostro encapuchado y unos brillantes y eléctricos ojos azules. No supo por que, pero le dio la sensación de que esos ojos lo escrutaban por dentro. Y eso le dio miedo y fuerzas al mismo tiempo. Su orgullo de ángel le impedía estremecerse ante tales criaturas. La encapuchada sonrió ampliamente, pero fue una sonrisa fría y sin sentimientos. Luego se volvió y se sentó sobre el respaldo del trono. Entonces, el ángel pudo observarla bien. Lo primero que le llamó la atención fueron las alas, largas, negras... y emplumadas.

          -  ¿Un... un ángel...?

La miró con más atención, de arriba a abajo. Vestía una chaqueta corta, de cuero blanco, encima de una camiseta negra. La capucha, negra también, poseía brillantes runas rojas en el borde que brillaban de manera siniestra. En las manos, el extraño ángel presentaba unos guantes negros, con los dedos descubiertos. El lumínico observó también la indumentaria que llevaba en las piernas: unos pantalones anchos remetidos en unas botas góticas, del mismo color que la camiseta y la capucha.



Entonces, la mujer hizo un gesto con la cabeza, como si alzara la barbilla.

         -  Hubo un tiempo en el que solía ser un ángel... Luego caí, y ahora soy un demonio.

El lumínico abrió la boca, horrorizado. Un demonio le pegó una patada desde detrás, obligándolo a arrodillarse.

         -  ¿Qué hacemos con él, mi señora?

El ángel caído enfocó sus magnéticos ojos durante un instante en el líder del grupo de demonios. Tras un rato que pareció ser eterno, habló, dirigiéndose al cautivo.

   -  Ve. Ve con tu gente y diles que Ytse ha regresado y que planea vengarse. Y no se te ocurra olvidarte del mensaje, porque te haré personalmente algo mucho peor que lo que van a hacerte ellos-añadió, señalando al grupo de los seis demonios-. Cortadle las alas.

El ángel se levantó, con una expresión de horror y desesperación en el rostro.

         -  ¡No!-gritó, pero sintió entonces las garras de uno de los demonios en su hombro. Intentó zafarse, pero más garras aprisionaron su cuerpo, y pronto sintió como se lo llevaban de allí en volandas. El ángel caído los observó marchar, con una mirada pensativa. Cuando desaparecieron de su vista se dejó caer en el asiento y contempló, aburrida, al ejército.

         -  Marchad. Vigilad que ningún otro ángel entre en estas tierras. Necesito tiempo para reclutar más soldados.

Las legiones soltaron un grito de afirmación y alzaron el vuelo. Ytse se cruzó de brazos, luego desvió la mirada a un lado.

         -  Kashra.

Un demonio salió entonces de detrás del trono. Iba con los musculosos brazos y llenos de  vendas y correas cruzados sobre el pecho desnudo.

         -  Triste destino, el del ángel.

         -  Podría haber sido peor-respondió Ytse-. Las alas le volverán a crecer si no se las arrancan de cuajo.

         -  ¿Puedo sentir compasión en tus palabras?

         -  Se lo importantes que son las alas para un ángel. Son la fuente de su orgullo.

         -  Al parecer tú sabes mucho de eso, ¿no?-rio Kashra.

Ytse se volvió hacia él, lanzándole una mirada asesina. El demonio Kashra era alto, quizá de dos metros, y tenia un tono rojizo de piel. Con el torso desnudo, mostraba cicatrices en múltiples sitios, aunque las que más se veían eran las del cuello y las de los hombros. Sus ojos eran del mismo tono que su piel, y su pelo, liso y negro. Le crecían dos largos y enredados cuernos de las sienes, y, a diferencia de la mayoría de los demonios, carecía de alas. A cambio de eso, le salían púas largas y afiladas por la espalda, siguiendo el recorrido de la columna vertebral. Sus piernas se mantenían escondidas bajo unos pantalones negros, con dos aberturas por detrás para dejar salir a las escurridizas colas. Para finalizar su indumentaria, Kashra pisaba el suelo con unas botas, muy parecidas a las que usaba Ytse. Además, cargaba con una enorme espada a la espalda.

         -  No pienso discutir sobre eso-murmuro ella.

Kashra sonrió.

         -  ¿Has dado con el resto?

Ytse negó.

         -  No, y ellos son la clave para este plan.

         -  Imagino que las legiones no solo eran para vigilar la entrada de ningún ángel.

         -  Hay un par de infiltrados dentro en cada una. Si por un casual sospechan de alguien, me mandarán un mensaje.

         -  Siempre escondes otros propósitos bajo tus acciones-comentó Kashra con una sonrisa.

         -  Que quieres que te diga, prefiero mantener ese tema en secreto. El plan podría irse al traste si algo falla… Y ahora ve a buscarme más soldados.

Kashra inclinó la cabeza e hizo una reverencia. Luego se tiró de la plataforma. Ytse no se preocupó. Sabía que el demonio rojo no se haría daño al caer, aunque la colisión hiciera estragos en el lugar.

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