Las siete criaturas –o debería decirse sus almas, al no
tener un cuerpo corpóreo- se encontraban flotando en mitad del Limbo, en medio
de ninguna parte, dormidas profundamente desde hacía casi dos siglos. Antaño,
habían sido seres increíbles, cada uno con un poder inmenso, capaz de hacer
temblar todo el continente Kea. Por eso, durante la gran guerra, tras
asesinarlos, tres criaturas divinas mandaron sus espíritus al Limbo y los
sellaron, para que nunca más pudieran resurgir y realizar su cometido de
matarlos.
El área del vacío estaba siempre a oscuras, a resguardo de
las sombras más tenebrosas. Así, los ojos azules que se abrieron de repente,
parecieron resplandecer con luz propia, y sobretodo, con mucho, mucho odio y
rabia. Otros cinco pares de ojos diferentes la siguieron, como si los azules
fueran los que mandaran entre todo el grupo. Todos se miraron, con la
satisfacción y la euforia brillando en sus ojos, tan antiguos como el tiempo.
Habían despertado por fin.
El alma líder se enderezó, desplegando un aura con forma de
alas a su espalda. Los otros se levantaron también, y los seis avanzaron hacia
la puerta, sigilosos como el aire.
El Guardián de la Puerta debería haberse encontrado velando
por que los prisioneros no despertaran ni escaparan, pero por alguna extraña
razón, su representación en ese plano se encontraba atontada y dormida. Podía
parecer una negligencia, pero la verdad era que una figura encapuchada del
plano mortal había entrado en el Templo del Limbo, había asesinado a sus pocos
habitantes a sangre fría, y había liberado a Los Siete del sello que los
mantenía en un estado de “hibernación”.
Las seis almas despiertas llegaron junto al Guardián,
rodeándolo, y desfragmentaron su espíritu en miles de partes que se
desperdigaron por el vacío, perdidas y sin ninguna posibilidad de unirse de
nuevo. Después contemplaron la enorme puerta. La salida a la libertad.
Todas sabían que no sería tarea fácil salir, aunque
obtuvieran ayuda de fuera, así que se arrimaron las unas a las otras, y juntas,
placaron con todo su poder contra la Puerta Tridimensional. Tardaron un tiempo
equivalente a tres horas en el mundo humano. El encapuchado susurraba letanías
para hacerles más fácil el trabajo, mientras que observaba palpitar a la
textura gelatinosa del umbral de la gran puerta de piedra. Al fin, se oyó por
todo el edificio un aullido de victoria, y el desconocido se estremeció de pies
a cabeza cuando seis almas, invisibles a sus ojos pero notorias ante su sexto
sentido, pasaron junto a él, rugientes de alegría y lanzándose al mundo en
busca de seis cuerpos en los que hospedarse.
El encapuchado se arrodilló, agotado de tanto trabajo, y
sonrió, jadeante.
- Soy vuestro humilde siervo…-susurró, aunque
sabía que ya nada ni nadie podía escucharlo.
O quizás sí, pues todavía quedaba un alma en el Limbo. Un
alma que se había quedado dormida y que saldría cuando fuera su momento de
partir, cinco años más tarde que sus compañeras…
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